(Para mi primo J. y su mujer)
29 de Mayo.- Mi amigo, el Duque de Alterlaa, dice siempre que, para los austriacos, “Tradition ist religión” (La tradición es una religión). Y es que, en los habitantes de mi pequeña república más allá de los Alpes, es una tendencia acusada, casi un instinto, el buscar pautas cíclicas, el disfrutar con todas aquellas costumbres, grandes o pequeñas, cuyo principio se pierde en la oscuridad del tiempo.
Incluso hay un verbo, de difícil traducción al español, que es Schätzen, y que se emplea mucho en este contexto. Schätzen viene de Schatz, tesoro (pero también, en cierta forma, patrimonio, capital) y significa apreciar algo en extremo, cuidarlo como se cuidan las cosas delicadas cuya pérdida es irreparable y nos empobrece.
Desde que vivo en Austria, quizá por el contagio del ambiente, mi actitud hacia las tradiciones ha cambiado y ahora me doy cuenta de que los españoles tenemos una opinión, quizá demasiado cínica, al respecto de estas cuestiones.
Los austriacos me han enseñado a apreciar las ceremonias, los rituales que discurren por el río del tiempo, como una forma de unión con los que vinieron antes que nosotros y con los que vendrán después.
Las tradiciones forman parte de nuestro patrimonio y de nuestras raíces (cosa que se vuelve muy importante cuando uno vive en el extranjero, lejos de su casa). Los españoles tendemos a despreciarlas, quizá como parte de esa adolescencia perpetua en la que el país, a veces, parece debatirse.
Ayer estuve en la boda de mi primo J., que era la razón principal de este viaje a España.
Mi primo, como su padre y, aún antes, como mi abuelo, pertenece a la Guardia Civil.
La Benemérita es un cuerpo, como supongo que todos los militares, que se articula alrededor de unos rituales y unos valores que constituyen parte de sus señas de identidad y que ayudan a sus miembros a reconocerse entre sí.
Hasta hace algún tiempo, yo había observado esos rituales, en el mejor de los casos, desde un punto de vista irónico, burlón, como una cosa antigua y mandada retirar. Pero tengo que reconocer que, desde que vivo en Austria, me he reconciliado con esa característica de mi familia, la pertenencia al Instituto Armado, que tanto ha tenido que ver con su historia y con la de España a lo largo del último medio siglo.
No es que reniegue del pacifismo que me hizo preferir una prestación social al servicio militar (para disgusto de mi abuelo, por cierto) pero sí que he aprendido que, aunque yo no lo quisiera ver antes, el espíritu de servicio, la generosidad, la solidaridad y la nobleza que distinguen a los miembros dela Guardia Civil son tambiénvalores con los que yo me identifico y que forman parte de mi manera de ser y de la de los míos.
Ayer, en la boda, se me empañaron los ojos varias veces (cosa que dificultó un tanto mi labor de fotógrafo) y fue porque me emocionaron mucho las muestras de cariño que los novios recibieron de sus compañeros de trabajo, y me sentí yo también, de alguna manera, aunque fuera lejana, parte orgullosa de esa cadena que tiene unos eslabones tan nobles y decentes.
Algunos, miembros de mi propia familia.
1 comentario:
Tienes muchisima razón. Cuando alguien ve a un Guardia Civil, o como el caso de mi ya esposa, a una Guardia Civil, a penas ve algo más que un uniforme verde y una cara de muy mala leche.
Ser Guardia Civil es mucho más, algo que no se puede explicar con palabras. Son muchos adjetivos, muchas situaciones, muchas sensaciones.
En cuanto a la boda, no yenemos palabras, ni en nuestros mejores sueños pensabamos que todo saldría tan sumamente bien. Gracias familia, gracias a todos y a todas, nunca olvidaremos el dia de ayer. Gracias a esa hoja de ese árbol que mencionamos ayer, gracias de verdad.
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