19 de Junio.- Mientras ayer, Thomas Gottschalk presentaba desde la plaza de toros de Mallorca (mejor dicho, Malorca, porque los tendidos estaban llenos de teutones haciendo la ola) y a Jenniffer López se le escapaba un pecho del vaporoso vestido, sobre Viena caía un diluvio que deslució bastante las fiestas del orgullo gay. Yo me fui cuando el concierto en la Plaza del Ayuntamiento vienés apenas había empezado, y ya eran pocos los resistentes que bailaban bajo el chaparrón.
Al otro lado del país, en Graz, el ambiente era también festivo pero de signo diametralmente opuesto.
Se celebraba la concentración anual del FPÖ. Una especie de Aberri Eguna (para mis lectores de fuera de España, Día de la Patria Vasca) pero sin boinas con pitorro y sin ikurriñas. Esta concentración, que los azules celebraron bajo techado por si las aguas, tenía como propósito presentar a Heinz Christian Strache como futuro canciller de la República de Austria.
Es una obsesión de la ultraderecha austriaca, ahora que las encuestas bailan la Macarena a su favor, presentarse como una fuerza política que sirva para algo más que para componer eslóganes rimados de fuerte contenido racista (o antieuropeista, o anti lo que quiera que diga en las encuestas que es impopular) y demostrar que son, además, un partido que puede y está capacitado para alcanzar responsabilidades de gobierno (en el lenguaje gremial, que son “Regierungsfähig”).
Los competentísimos asesores de imagen que tiene Strache (lo cortés, oyes, no quita lo cabal) tienen clarísimo que el electorado percibe al FPÖ como un voto de castigo pero que sólo el 16 por ciento de los ciudadanos (lo que podríamos llamar el núcleo duro del neofascismo sociológico) considera que Strache podría ser un canciller aceptable.
Así las cosas, Strache, que sabía que estaba jugando en casa, dio un discurso casi chavista (alrededor de dos horas de duración) en el que se dedicó a criticar a todos y cada uno de los ministros que forman el actual gabinete austriaco; tras hacerlo, y declarar ante sus fieles que él podría ser mucho mejor canciller que el actual, presentó lo que sus medios afines han llamado su “Gabinete en la sombra” (Schattenkabinett). Esto es, el grupo de elegidos para la gloria si Strache llega a regir algún día los destinos de esta República.
Son, la mayoría, caras desconocidas para el gran público, que salen de la cantera del FPÖ y a los que hay que disculparles que se pusieran a aplaudir cuando su jefe dijo, por ejemplo, que si llega a canciller, lo primero que hará será entrar en negociaciones con la UE para que Austria no pague más ayudas a los países miembros (el lema que ahora Strache ha llevado a sus carteles es “Nuestro dinero para nuestra gente”).
Asusta un poco pensar que, probablemente, algunas de esas caras grises ocuparán algún día puestos de responsabilidad (las próximas elecciones son en 2012) aunque también es verdad, como dice un refrán austriaco, sólo se puede hervir con agua. O sea, que hay muchas cosas que se pueden decir en la oposición que hay que envainarse cuando uno topa con la granítica realidad de las responsabilidades de gobierno. Esa es la esperanza que nos queda.
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