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(Publicada originalmente el 12 de Octubre de 2010)
El aeropuerto de París Charles de Gaulle, aún en estos días inciertos, puede llegar a ser un lugar mágico. Escribo mientras espero el vuelo que me llevará de vuelta a Viena y aún tengo frescas en la retina dos imágenes que se han sucedido ante mí con minutos de diferencia.
Al ir a buscar un libro a una de las tiendecillas de la zona de entrega de equipajes, casi me doy de morros con Nina Hagen, que se estaba probando unas gafas de sol aún más grandes que las que ya llevaba. Su reciente conversión al catolicismo no ha influido en su peculiar estilo indumentario, aunque sí puede decirse que iba casi de incógnito (lo cual, en el caso de Hagen quiere decir que iba vestida comouna versión punk de las supernenas pero no pintada como una puerta). Como Frau Hagen, durante el tiempo en que fue atea, no tuvo ocasión de aprender idiomas, un caballero calvo de unos sesenta años le hacía de intérprete. Nina miraba el expositor giratorio, señalaba unas gafotas, interrogaba con la mirada al pulquérrimo calvo que le traducía; Mister Proper miraba a la grácil dependienta de color (negro) situada en un altillo tras el mostrador; la vendedora asentía sonriente –dudo que tuviera edad para reconocer a su famosa cliente-, el calvo transmitía el mensaje y Nina se probaba los lentes echando la cabeza hacia atrás como si estuviera atacada de una presbicia galopante o como si se creyera la reina de los avestruces.
Al salir de la tiendecilla, sin nada, por cierto, me he encontrado también de bruces con la Sra. Ministra de Educación Austriaca, Frau Claudia Schmied, que cruzaba la segunda terminal del Charles de Gaulle segura de no ser reconocida, seguida por un propio que le llevaba un voluminoso maletón con ruedas en el que, sin duda, la frau Ministerin guardaba toda la información confidencial sobre sus planes para el futuro de la escuela transalpina. La ministra iba vestida con un cardigan color café con leche y un pantalón gris de franela que revelaba –supongo que a su pesar- que las largas horas de trabajo administrativo no le permiten dedicarle tiempo a los deportes. El propio era alto pero completamente impersonal.
Como el aeropuerto, aparte de mágico, está fatal señalizado, y como existía una alta probabilidad de que la Sra. Ministra se dirigiese también a Viena, me he dicho:
-Paco, síguela, y que nuestra señora de los mapas nos ayude a los dos.
La Sra Ministra y su secretario no han tenido problemas para encontrar la puerta que conducía al interior del aeropuerto. Asimismo, su nada sospechosa ocupaciónles ha ahorrado el tener que pasar por los controles que sufrimos quienes nos dedicamos a tareas más humildes. Aún así, después de descalzarme y volver a calzarme, he conseguido alcanzar a la ministra a tiempo para ver que, en contra de mis ilusiones, volaba en un avión de Austrian que ha partido justo cuando ella ha dado la orden para hacerlo.
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