(Publicada originalmente el 28 de Julio de 2009) Hasta hoy, mis ferias habían sido de maquinaria industrial. Confieso que no estaba preparado para el despliegue de color que supone una feria de moda. Düsseldorf, por otro lado, no es Stuttgart. Eso se ve a la legua. Nada de aprendices de tornero en traje típico, nada de demostraciones de soldadura autógena.
Por lo pronto, atravesamos rápidamente el hall de los complementos. De vez en cuando, algunas chicas de alzada espectacular y hechuras restallantes lucen modelos de lencería fina. Mi compañera y mi jefe me informan de que, si uno quiere (y acredita ser dueño de un negocio afín, claro) puede acercarse y pedirle a las muchachas que luzcan el conjunto que uno desee al objeto de ver cómo sienta el género en un cuerpo humano. Levanto las cejas: unglaublich aber wahr. En fin: un escenario apocalíptico para cualquier feminista.A pesar de que este año no hay moda de hombre en nuestra feria y, supongo, en bien de la paridad, también hay modelos masculinos (dos). Uno de ellos posa con sonrisa algo ausente en el espacio de una conocida marca. Pinta de azafato de programa de sobremesa, camiseta de tirantes negros, boxers a juego, chanclas. El chaval no trabaja demasiado porque su compañera (conjunto igualmente negro, sexy a la par que deportivo, ombligo perfecto, pechos heróicos de maggiorata italiana) está mucho más solicitada.En un momento dado, aparece un tipo cincuentón con pinta de anticuario y grita para que le oiga toda la cuenca del Rhin:-¡Soooonia!La tal Sonia (imitación de una alta ejecutiva de, pongamos, Sex and the City) aparece y se cuelga del cuello del anticuario, que echa hacia atrás la cabeza al tiempo que emite una carcajada algo sobreactuada. Los modelos se esfuman discretamente.(…)NOTA AL MARGEN: El uniforme de todo estilista gay que se precie consiste en a) pantalones vaqueros –caros- lavados a la piedra (Diesel a ser posible, o equivalentes) b) camisa blanco nuclear de corte impecable y cuello alto a lo Carl Largerfeld c)zapatos italianizantes de los que revelan la misma inseguridad sexual que los poseedores de coches rojos o motos ruidosas padecen al otro lado de la acera.(Es curioso como el movimiento gay, que ha hecho de la diferencia su bandera, ha establecido también unos estándares internos que pueden llegar a ser el colmo de la vulgaridad (a saber: el estilista, el estripper, el comentarista de corazón y entrepierna…)). FIN.(…)Nuestro segundo modelo masculino aguarda órdenes en el stand de una marca que se dirige, fundamentalmente, a aquellos hombres que reivindican la estética gay como un terreno a conquistar (Cristiano Ronaldo y sus hotpants de florecitas, for exampol).El chico es simpático, fibroso y, lo que son las cosas, el vivo retrato de mi amigo X. (me hace tanta gracia el hecho que me apresuro a comunicárselo por SMS). Como nuestra compañía se dirige a un público general, mi jefe, mi compañera y yo, nos centramos en los modelos más discretos –lo cual resulta bastante difícil a veces porque esta compañía ofrece cosas que hay que tener MUY BUEN cuerpo o, en su defecto, mucho valor cívico, para ponerse-.Mi jefe expresa sus dudas a propósito de un modelo enterizo de los que usan los practicantes de lucha grecorromana. Nuestro amigo el estilista (ver prototipo glosado más arriba) llama al modelo con un gesto. El chico entra al vestuario y, sonriente, reaparece portando la prenda.A lo lejos, empieza a sonar una música pimpante procedente del desfile que se desarrolla en la pasarela del fondo del salón de exposiciones. Mientras nosotros discutimos con el estilista, nuestro modelo se queda mirando la pasarela con melancolía. Él nunca podrá desfilar. Es demasiado bajito –vamos, de mi estatura-. El chaval suspira.Está claro que a todos nos falta algo para ser felices.
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