Uno de los túneles del Stadtpark por los que se accede al alcantarillado de Viena |
1 de Julio.- Aunque sus habitantes lo ignoraban, el esplendor de la Viena de principios del siglo pasado estaba ya herido de muerte. El mundo se precipitaba hacia la catástrofe de laPrimera Guerra General y, con ella, hacia el final de un mundo en donde, en palabras del poeta, “la galantería hizo su última reverencia”.
Un largo periodo de paz, conducido por el jefe de estado más amable (y más soso) de su tiempo, había conducido al imperio austrohúngaro a un despegue económico que apenas podía encubrir las tensiones (nacionalistas, principalmente) que acabarían mandando al mundo hacia la conflagración universal.
En aquella ciudad, el refinamiento y la suavidad de las clases altas convivían con la honda y sórdida miseria de los miles de desheredados que, cada día, mantenían engrasada la maquinaria industrial del imperio; una carne de cañón que nutría también el silencioso ejército de los excluidos, a los que los medios de comunicación oficiales, controlados por la aristocracia y los plutócratas, no prestaban atención.
Sin embargo un hombre tuvo la valentía de poner frente a los ojos atónitos de los vieneses de su tiempo la realidad de la pobreza absoluta, de los hombres y mujeres que vivían como animales en el alcantarillado de la ciudad.
Ese hombre se llamaba Emil Kläger y, hoy, contaremos su historia.
Nació en la ciudad de Winnyzja (Ucrania) el 10 de Octubre de 1880.
En Viena, trabajaba para el Neues Wiener Journal (diario de pequeño formato que se publicó entre 1893 y 1939, de tendencia conservadora y promonárquica) y Die Presse, medio fundado en 1848 que, con las lógicas interrupciones debidas a la convulsa historia de la Austria de los últimos ciento cincuenta años, aún continúa publicándose.
Un día de 1904, siguiendo la estela del también periodista Max Winter, que también había abordado una tarea semejante en 1902, Kläger decidió introducirse en los ambientes de los sintecho vieneses.
Junto con su compañero el fotógrafo Hermann Drawe y, por si las moscas, armado con un puño americano y un revólver, Kläger se dispuso a explorar las catacumbas de la sociedad imperial. Catacumbas, en el sentido más literal del término, porque la mayoría de los desheredados (los llamados Strotter, del dialecto vienés Strotten, rebuscar en la basura) vivían en las canalizaciones del alcantarillado de la ciudad y en las denominadasWärmestube. Estas, eran unas habitaciones subterráneas con apenas un banco corrido y un lugar para hacer fuego, en donde los mendigos se apiñaban durante el gélido invierno vienés y que constituían sus únicas oportunidades de sobrevivir a las temperaturas polares.
Kläger consiguió ganarse la confianza de los sintecho y, entre 1904 y 1908, no sólo informó a sus compatriotas de lo que sucedía en la Corte de los Milagros cuyo centro estaba bajo la opulenta Schwarzenbergplatz, sino que incluso consiguió tomar imágenes que son un documento impagable de la época.
Gracias a estos reportajes, Kläger se hizo muy famoso. Con sus fotografías y sus textos se montó una exposición en el Urania que alcanzó los 60.000 visitantes; en 1908 se editó un libro que vendió diezmil ejemplares y, en 1920, incluso se hizo una película que se llamó“A través de los antros de la miseria y el crimen” (un título nada sensacionalista, por cierto).
Llevado por el éxito de sus reportajes, Kläger fue encargado por sus jefes para que informase sobre el Hogar para Hombres de Meldemannstrasse, en el barrio de Brigittenau uno de cuyos inquilinos sería, más tarde, un harapiento y esquelético Adolf Hitler.
No hay comentarios:
Publicar un comentario