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8 de Agosto.- Una de las primeras decisiones firmes que tomé cuando llegué a Viena fue que, al principio, no quería tener contacto con otros españoles.
La razón es fácil de comprender: pensaba que así aprendería alemán más rápido y más eficazmente (no me quedó otro remedio). Aunque también, quizá, secretamente, lo hice porque me espantaba el estereotipo del emigrante llorica que se reúne con otros emigrantes lloricas a jugar al mus y a escuchar a Bisbal en la Casa de Andalucía (o en el Casal de Catalunya, tanto da).
Fue muy duro, claro. Pero no me arrepiento y creo que, si volviera a pasar por la misma situación, probablemente volvería a tomar una decisión parecida.
Naturalmente, después, he ido conociendo a otros españoles los cuales, casualmente, habían adoptado en su momento decisiones parecidas a la mía.
Resulta curioso además darse cuenta de que, cuatro de las cinco personas a las que me estoy refiriendo habían emigrado antes a otros países y, en todos los casos, se habían encontrado con que, el tener que elegir las amistades entre la colonia española disponible, suponía en muchos casos verse restringido a comentar las andanzas del Atlético de Madrid.
Un latazo.
Ahora, para nosotros, el que una persona sea española o austriaca es nada más que un dato. Una información que sólo influye en que, si uno hace un chiste, hay que explicar quién es Paquirrín con un poco más de detenimiento.
Otro de los beneficios de la ICB (Inmersión Cultural a lo Bestia) es que dejas de vivir efectivamente en España.
Me explico: durante las primeras etapas de la emigración al faltarte (obviamente) puntos de referencia (o sea, quién es el Paquirrín de Austria) resulta inevitable leer la realidad del país que te acoge utilizando los códigos que has aprendido en España.
Pero eso no es todo: resulta también que, para compensar el trauma que supone el haberte marchado de tu país, te vuelves un adicto, por ejemplo, a los medios de comunicación españoles. Una lamentable falta de autocontrol que se ve favorecida, en estos tiempos cibernéticos, por la omnipresencia de internet.
Resultado: aunque tu cuerpo ya está viviendo allende los Alpes, tu espíritu sigue cómodamente asentado en Vilanova i la Geltrú, en Alcorcón o en Calzadilla de los Barros. Y así, no hay nada más fastidioso para una persona que, de verdad, se encuentra integrada en Austria, como encontrarse con un español que habla (según el palo que le sulivelle) como un comentarista de Intereconomía –si es de los que abominan de Zapatero-, como un opinador de la SER –si es que Zapatero le hace subir la bilirrubina- o como un tertuliano de TV3 –si es de los que piensa que Cataluña es una nación oprimida por el Ejército Imperial con Darth Rajoy Vader a la cabeza-.
En mi caso, y a pesar de todas las precauciones que tomé para intentar impedirlo, este proceso duró casi un año y, por ejemplo,si uno se toma el trabajo de leer las entradas de Viena Directo de, pongamos, los últimos meses de 2006, uno se da cuenta de que están referidas en su mayoría a sucesos acaecidos en aquella España que dejé y que Austria es un lugar que, en realidad, apenas era parte de mi vida (a pesar de que llevaba ya un año aquí y había empezado a trabajar).
Si eres inmigrante en Austria o en otro país ¿Qué piensas de todo esto? ¿Cómo fue tu proceso?
2 comentarios:
Hola Primo!
Creo que todos los miembros de nuestra juevesina tertulia suscribirían este post.
Cuesta desligarse de lo que uno deja atrás, de lo que resulta conocido, especialmente mientras uno se abre camino en un entorno hostil (nueva lengua, nuevas tradiciones, otra forma de relacionarse -- alcohol mediante--).
Nos aferramos a lo familiar (durante los primeros meses en Viena, no había domingo en que no cogiese el tranvía 18 para comprar El País en la difunta estación de Sudbanhof)para, imagino, no sentirnos tan desamparados.
Quizá por ese mismo motivo, nos juntamos al principio con cualquiera (literalmente con cualquiera) que nos ofrezca su amistad o su compañía y, andando el tiempo, empezamos a discriminar mejor entre el trigo y la paja.
Como bien dices, la ICB es dura, pero da fruto!
Un abrazo
Tu primo N.
Hola primo!
Yo también me compraba El País de vez en cuando (el Hola no me lo compraba porque vale una pasta -seis eurazos- que, si no, también me lo hubiera comprado).
Creo que lo que dices es natural como estrategia de defensa y contra la soledad radical que le golpea a uno cuando es nuevo en un sitio y tiene que sufrir el estrés de no entender nada de lo que le dicen (o casi).
En cualquier caso, y como tú dices, yo creo que la ICB es lo mejor que se puede hacer cuando uno llega a un sitio como inmigrante. Es la manera más dura, pero también la más fácil de adaptarse.
Un abrazo, primo, cuídate :-)
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