Florencia o la invasión de los subhumanos
26 de Marzo.- Largo fin de semana en Florencia. Qué decir. Cualquier cosa que escribiese parecería una tontería comparada con todas las cosas que se han dicho desde que los ingleses descubrieron el pintoresquismo local y se dedicaron a escribir libros de viajes en los que hablaban de moscas, burros, sudor y niños mocosos.

Y el Paco se pregunta: "¿Me estaré haciendo viejo?"

De cualquier manera, Florencia ha suscitado en mí las siguientes reflexiones:

-¿Hacia dónde va el sistema educativo español? Florencia, más que otras ciudades, me ha parecido superpoblada de seres subhumanos de entre dieciseis y dieciocho años que han hecho mi vida más incómoda, que apestaban como mulos y que eran desconsiderados y maleducados. Y no me refiero ya a la encantadora ordinariez que impulsaba a una adolescente gaditana a gritarle a quien quisiera oirla: “Ay, tía, dise que me suba loh vaqueroh que se me ve er tanga; si tengo to el shosho recocío con loh putoh pantaloneh esto”. No.
Ilustraré a lo que me refiero contando una historia real.

Tal que el sábado por la tarde, armado con mi cámara, decidí patearme la ciudad y empaparme de sus calles y su idiosincrasia. Tarea en la cual me cepillé una tarjeta de 256 megas en fotos y parte de una de un giga que me había comprado para la ocasión. Tras varias horas de pateo, decidí sentarme en las escalinatas de la catedral a contemplar al variado paisanaje (formado por una proporción variable de italianos, japoneses y subhumanos). A un metro de mí, había un grupo de los últimos, chicos y chicas. Ellas, con la mecha rabiosa que se ha puesto de moda en Cádiz, ellos, en chandal. Se les acercó una gitana rumana (Florencia está infestada de rumanos pedigüeños) con un vaso de starbucks en la mano, pidéndoles cinco céntimos. Los angelitos rehusaron darle nada. Insistió la rumana con el ahínco de quien sabe que quien insiste tiene más probabilidades de ganar. Volvieron a negarse. Cuando la gitana ya se iba, el chico que parecía ser el jefecillo del grupo sacó del bolsillo una moneda de cinco céntimos y, con aire chulesco, se la enseñó a la rumana, que extendió la mano. Amagó el subhumano el movimiento de depositar la moneda en la palma de la mujer y cuando ya rozaba su piel, levantó la mano y le lanzó la moneda a un metro con una refinada crueldad. Ni que decir tiene que el resto del grupo se meó de risa y a mí se me encogió el estómago al pensar que semejante bicho votará algún día a algún político sin duda con peor nivel educativo que él (todavía, porque todo siempre puede ser peor y más hortera). Me quedé con las ganas de darle dos hostias bien dadas al mocoso, francamente. Porque vale que los mendigos sean pesados (está en su misión serlo) pero también son personas. E infligirle una humillación gratuita de ese estilo a cualquiera me parece una cosa que revela una profundísima pobreza intelectual y ética.

Típico ejemplar de subhumanos contemplando los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, o sea: lo que pasa por la calle.


-Otra reflexión: los italianos son una versión saturada de los españoles, como si dijéramos. Esto se manifiesta en estos rasgos nacionales de Italia:

a) los italianos son increiblemente superficiales. Les fascina el continente de las cosas y las personas, y no se paran a pensar demasiado en el fondo de las cuestiones. En ninguna parte como en Italia se ven chabolas de dos metros de fondo con fachadas más fastuosas, o personas mejor vestidas con sueldos de quinientos euros

b) Los italianos son, como los españoles, seres relacionales. O sea, que necesitan hablar, porque si no, revientan. Todo el mundo sabe el ambiente cuasi eclesiástico que reina en todos los museos de este mundo (cuanto más antiguos sean los trastos que están almacenados, más eclesiástico es el ambiente). Pues bien: en Italia, los guardianes de los museos (del Palazzo Pitti hablo) peregrinan de sala en sala a la búsqueda de sus compañeros, desatendiendo sus obligaciones, nada más que para rajar y criticar a los otros. Que yo lo flipaba. M. no, porque no entendía qué decían y se suponía (ingenuote) que l@s vigilantes se traían conversaciones cultas del tipo: “Pues mira, yo creo que el fleco de este visillo es barroco arcaizante”. Pero nasti. Que no, que no. Que estaban hablando del programa que había hecho la Valeria Marini la noche anterior. Esto, los austríacos, no lo harían nunca. Aquí, las cajeras, así te pisotean antes que dirigirte la palabra.

c) Los italianos se tocan cuando hablan. O sea, que tienen que tener, como los españoles, un contacto visual y táctil con su interlocutor. Las personas juegan por la calle, se ríen, saltan.

Son espontáneas. Aquí, desgraciadamente, no.

Y a mí me vino a la cabeza que Austria tiene una enorme calidad de vida, pero quizá sea al precio de tener que renunciar un poco a ese sentido lúdico de la vida que tenemos en el sur. Y también pensé que el combiar la responsabilidad cívica con un poco de cachondeo quizá sea culminar la cuadratura del círculo...¿O no?

Galería de los Ufizzi


Palazzo Pitti

5 comentarios:

Anónimo dijo...

El subhumano humilla a la rumana. Tu te indignas por la gratuita y refinada crueldad con la que el mocoso despacho a la indigente, lo que a tu juicio revela "una profundísima pobreza intelectual y ética".

Te quedaste "con ganas de darle dos hostias bien dadas".

No habia para tanto. Por que? Solo con que le hubieras llamado la atencion hubiera sobrado. Quizas, ni siquiera eso.

Probablemente un gesto humano hacia la humillada hubiera sido mas que suficiente. Doblemente suficiente, de hecho; para reparar a la ofendida y avergonzar al ofensor.

Las razones que te mantuvieron en tu pasiva actitud de turista dominguero quizas revelan, a mi juicio, una pobreza intelectual y etica mucho mas profunda que de la que hizo gala reinventado especimen gaditano.

Saludos
Pablo

Paco Bernal dijo...

Pues es verdad, Pablo. Debí de haber hecho algo. Pero en ese momento, tengo que reconocerte, honradamente, que no me salió. O sea, que estuve lento. Aunque también te digo, que no creo que hubiera servido de nada. Hay personas que son inmunes al pundonor y a la vergüenza. Pero tranquilo, que después reparé mi falta y,al día siguiente, sí que hice algo. Que ocasión, desafortunadamente, hubo.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Entre untermenschen anduvo el juego: hizo usted bien en no intervenir.

Anónimo dijo...

Desgraciadamente, hay muchos subhumanos poblando el planeta. No hay más que leer los periódicos o encender la televisión, para darse cuenta de que una gran parte de la población adolescente se está adentrando en un bucle de desprecio por todo aquello considera de categoría inferior y merecedora de su desprecio. A mí también se me parte el alma cuando veo actitudes como esta (no hace falta irse a Florencia para presenciarlas) y, al igual que a ti, me dan ganas de dar un par de bofetones de modales y buenas maneras al sujeto que hace gala de esa falta de humanidad. No creo que el no haber hecho nada te haya rebajado a la categoría estamental de dicha calaña. De poco o nada habría servido. Esto es como las campañas en contra del alcoholismo, de la violencia de género y de las conductas peligrosas en carretera: afectan y hacen mella en la conciencia de quien ya está concienciado acerca de esos temas. Pero, para un subhumano que goce de vivir su vida según esas pautas de (no)conducta, esas campañas sólo serán motivo de enaltecimiento propio. Un saludo.

Dalia dijo...

Si yo te contará lo que me toca ver...
Con decirte que no me parece ya tan mala cosas lo de suicidarme llegada a cierta edad como hacían los esquimales, no por no dar trabajo sino para que mo me pongan las manos estos encima.
Tuvimos un alumno que se entretenía en tirar pedruscos a los abuelos que pasaban cerca de la valla del centro hasta que vino un anciano a decir que su mujer estaba recien operada y no podía correr más rápido y la estaban acribillando a pedradas.
A eso añade los que se burlan de sus propios abuelos porque son tan "tontos" que se rompen la cadera o se enferman, los que humillan a sus padres en público de formas inimaginables, etc.
Yo si que les llamo la atención parte por defecto profesional y parte porque si nadie les dice nada darán por sentado que su comportamiento es lícito aunque no es plato de buen gusto y a veces sea hasta peligroso.
Lo curioso es que muchas veces cuando les llamo la atención ni siquiera se enfadan, me miran con ojos de pez porque nunca antes habían oido un NO.
Las buenas noticias es que hay gente (y crios para todo) y yo tengo un recuerdo muy bueno por ejemplo de la segunda vez que fui a Florencia con Un grupo de alumnos oscenses y agunos hasta se emocionaron de ver tanta belleza junta. Una chiquita hasta lloró.