Dagmar Koller, triunfante, entra en el Lifeball (foto, aunque de mala calidad) sacada del Kurier
Princesa de 75, rubia, busca desesperadamente príncipe que la lleve de baile
(especial Lifeball)
29 de Mayo.- Todos los años, desde que el Doktor Zilk era alcalde, se celebra en Viena por estas fechas un evento con el que se pretendió concretar lo que Viena supone o quiere suponer para el mundo: la fusión entre el pasado y el presente, o entre una forma de entender el pasado y una forma de entender el presente. Este evento es el Lifeball o baile por la vida (en su traducción más de andar por casa). Se trata de camuflar un gigantesco espectáculo montado con una gran visión comercial, todo hay que decirlo, bajo la capa de un fin noble y caritativo (en este caso, la lucha contra el SIDA). Para la ocasión, cada año se elige un tema y todo el mundo se disfraza de la manera más extravagante que puede. O sea, reivindicando con ahínco el espíritu drag y la pluma de pata salvaje. Como guinda, se invita a un famoso (normalmente americano y de capa un poco caída para que su prestigio sea amortizable) y se retransmite el paquete por televisión en una gran gala que sigue todo el país.
Este año, la algo desinflada ORF –cuya gran reforma anunciada a bombo y platillo ha resultado muy desastrosa- ha tirado la ventana por la casa para retransmitir un Lifeball que tenía por tema los cuentos de hadas. El ayuntamiento de Viena–a guisa de “marco incomparable”- fue decorado con un gigantesco lazo-pasarela-mamotreto cuyo color rojo servía para que los asistentes al baile desfilaran ante las cámaras entre los ohhhhs y los ahhhhs de los miles de curiosos congregados con sus cámaras digitales a la caza de la foto movida y del autógrafo perdido. La invitada esta vez, algo desconchada, era Sharon Stone que avanzó por la pasarela del brazo de Gery Keszler icono vienés del gay comprometido y perejil de todas las salsas.

Asimismo, también honraron a Viena con su asistencia los Scissors Sisters y los diseñadores (por llamarles algo) Richie Rich y Traver Rains, que se encargaron de poner el color que cualquier acto Orgulloso –y este lo era- exige. Ellos fueron los primeros que pusieron la nota surreal en una retransmisión que resultó bastante surreal la mayor parte del tiempo. Alfons Haider, icono del gay vienés obligado a salir del armario a torta límpia, les entrevistó en su papel de maestro de baile –cumple el pobre con todos los eventos, y le da igual que le echen a Paris Hilton o a estos dos-; pues bien, los pavos estos, el Richie Rich y el otro, se presentaron al Photocall más pasados de pastis que Chimo Bayo después de haber atracado una farmacia, y empezaron a contestar a las preguntas de Haider, pretendidamente serias, de la manera más imbécil que se les ocurrió.


Asistente al baile vistiendo uno de los diseños de Richie Rich ¿Qué decir? Fresco, desenfadado...

Ayudando en la tarea de pastorear a semejante tribu de ansiosos de objetivo, estaba una barbie –me aseguran que alemana- que atiende por Miriam Weichselbraum. La fulanita en cuestión es del tipo de las tíatíatía tengo un pavo que quitamelo, tía. Le tocó entrevistar a la ganadora o ganatriz de la última Operación Triunfo (recuérdese, la Rosa de Austria, la niña aquella a la que le llevaron una logopeda cruel al programa, porque no había un dios que la entendiera). Pues entre las dos, afirmo, hicieron una de las entrevistas más tontas –de contenido y de forma- de la historia de la tele. Que fue casi casi casi superada por una entrevista que la Weichselbraum le hizo acto seguido a una actriz porno invitada para la ocasión –lo de "acto seguido" no iba con segundas esta vez - o el bueno de Alfons Haider a una fulana esquelética que decía ser supermodelo.
Pero en esto, señoras y señores, llegó ella. Weichselbraum estaba entrevistando a una fulana (sin ánimo de ofender) acompañada de un forzudo de sonrisa profidén. El coche de Dagmar Koller se paró detrás de ellos, ella bajó del coche, vestida de lentejuelas y con zapatos negros de tacón (es difícil encontrar un calzado cómodo que pegue con los trajes de lentejuelas). Vio a la barbie con el micro en la mano y dudó, se acercó al micro, pero la barbie parecía no haber notado su presencia. Koller miró a la cámara con su mejor sonrisa de jovencita burbujeante, dio dos pasos atrás, y uno adelante, como dándole tiempo a la rubia, pero Weichselbraum que nones. Y Koller ¿Me voy o no me voy? Soy Dagmar Koller, la Ikone, la Legende. Vamos, que juro por mi prótesis de cadera que yo no me voy aquí sin que esta advenediza me entreviste. Pero la barbie pasaba de ella, interesadísima como estaba, en los pectorales de su entrevistado. Y Dagmar que se cansa y se va a buscar al director de la ORF (sin perder la sonrisa, eso no, que ella es una dama). Y diez minutos después, la entrevista Alfons Haider con el que coquetea como si en vez de ser casi una octogenaria y él el gay más gay de Viena, ella fuera Britney Spears (antes de meterse a los marines) y él un trasunto o clon de Justin Timberlake. Hasta que Haider, cubierta su cuotaparte de suplicio, la despide con un “Bis später, schatzchen” (o sea, “hasta más tarde, tesorito”) cuyo vitriolo está a punto de derretir los circuitos del micrófono.
Pero la cosa no acaba ahí, los presuntos diseñadores arriba mencionados, organizan un desfile, y Dagmar, cómo no, desfila. Pero mientras las starlettes, las famosillas, los campeones de natación (Marcus Rogan con un escueto vestuario) desfilan bisoños, intimidados por la numerosa concurrencia, Koller bota por la pasarela como una pastorcilla pasada de tripis, moviendo los volantes de su vestido de manera sincopada, porque ella es una ikone, una legende, y las ikones y las legendes, en cuanto tienen la oportunidad, demuestran la pasta de la que están hechas.
Aunque reconozco que tiene una patá en la boca, tengo que reconocer también que tengo debilidad por Dagmar Koller, por esa manera que tiene de aferrarse a la vida, por esa voluntad de hierro para no dejar escapar el último tranvía que sale cada día para alguien; por esa forma que tiene de sonreir artificialmente, para que no se le caiga la dentadura postiza. Tengo debilidad por Dagmar Koller como la tengo por todas las Blanche Dubois, por todas las personas que, cada día, se echan sus penas a la espalda y salen a la calle a darle a los demás lo mejor que tienen, para no naufragar, aún cuando tienen la constancia de que nadie se lo va a agradecer.
Ellos y ellas, juguetes rotos, son la sal de esta tierra.

4 comentarios:

Loucos do blog dijo...

Desculpe estar encomodando mas gostaria que você visitace meu blog. Ele esta muito bom.
http://loucosdoblog.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Ya me parecía a mí que había visto a la Charo Stone rondando por el Lifeball de este año, pero no estaba segura de si era ella or not. Tuve la ocasión de ver una ‘mini entrevista’ a pie de alfombra roja que le hizo un sufrido reportero de la ORF en una ocasión anterior, cuando la diva acudió a Viena para no se qué menesteres. El caso es que la Charo le respondió tal cual le estuviera perdonando la vida, con aire de “I’m too cool to answer your stupid questions”. Pero bueno: las divas se lo pueden permitir todo. O casi. Coincido contigo en que Lifeball es, después de todo, un espectáculo comercial disfrazado de buenas intenciones. La verdad es que, cuando cada año hago un repaso de las fotos del evento y de los ‘highlights’ del mismo, lo único que se empeñan en inmortalizar los reporteros gráficos son taparrabos, plumas, maquillaje comprado a granel e imágenes inconexas de plataformas, nalgas y alcohol. Vamos: que el lado solidario y socialmente concienciado no aparece por ningún lado y digo yo que también lo tendrá, ¿no? Este año parece que no ha ido el molón. Lástima; era la única ocasión en la que me deleitaba mostrando pectorales. Bueno Paco… sigo con lo mío que aún quedan cosas por hacer. Gracias por esas críticas tuyas tan mordaces de todo lo que se cuece por Viena. A la espera de noticias molonas, se despide m. (Por cierto: nota final de la asignatura Buchführung mit Computer (o whatever) 7.75) ¡Bicos!

Luisru dijo...

Qué finalazo el del post. La verdad es que la fiestuqui parece fuera de lugar en un sitio tan (a priori) "serio" como Viena, pero horteras hay en todas partes, supongo.
Pd: con todos mis respetos para con los horteras, of course.

Anónimo dijo...

Muy fuerte. Con un par de narices, pilla por banda al jefazo y la entrevistan al ratito. Incluso habrá habido llamada de atención para la entrevistadora despistada. Así me gustan a mi, imponiendo el caché.