"La venganza es un plato que se come frío", dijo Paquirrín
3 de Mayo.- La actualidad internacional me reclama: esta mañana, a las siete, recién levantado y, obviamente, sin previo aviso, me he enterado de que la última superviviente representativa de ese cementerio de elefantes que es el universo folkórica (Pantoja) está inmersa en lo que parece la trama de una de esas películas que protagonizó en los noventa con José Coronado (por cierto, producidas por José Frade).
Pero no voy a hablar de ella, otros se preocuparán de la clave, de la llave, de su cuando, su cómo y porqué. Yo hoy, no quiero hablar de la madre, sino de esta foto, tomada con muy mala hostia en los primeros ochenta y que me da pie a seguir la línea de un personaje mucho más interesante: Francisco Rivera Pantoja, más conocido desde que el mundo es mundo y todos tenemos uso de razón por Paquirrín ¿Se puede tener destino más cruel que el de ese chico? Ya desde sus primeros vagidos (así se llama el ruidillo que hacen los bebés) su padre y su madre, guapos, triunfadores, le veían la cara y se partían la caja de la risa. Porque si no, ¿Qué es lo que están haciendo los ilustres progenitores mientras la Pantoja, melena recogida por una vez, tiene al niño en brazos? Después, a lo largo de su vida, su madre (superviviente de esa pareja de seres que colaboraron para traerle al mundo) se ha esforzado en ponerle en ridículo con singular persistencia. La primera que yo recuerdo es una de Paquirrín con una chaquetilla de punto con un cuello de puntillas cantando en un concierto Mi pequeño del Alma. Esa pintilla de zangolotino tierno e indefenso, que ya tenía desde chico, el pobre. Después, las fotos de comunión. El inmenso retrato pintado sobre azulejos que, según el Hola (esto lo han visto estos ojos que se van a comer los gusanos) está en Cantora al lado de la chimenea con una leyenda patria, a la par que maternal y racialísima: “Mi Quico". Y por último, esas bermudas de mercadillo que sólo tenían unas competidoras: las de Marichalar. Si yo fuera el guionista de esta trama, yo hubiera entrelazado los acontecimientos de manera que la detención de mamá Pantoja se debiese a una sutil venganza (premeditada o no) del chico. Harto de su destino mediocre, de ser siempre el blanco de las bromas crueles de los reporteros del Tomate, el payaso se rebela. Aquí estoy yo, parece decir. Y empieza a promover entre sus amistades de dudosa catadura leyendas fabulosas a propósito de los fardos de dinero que la Pantoja tiene escondidos en Cantora, de las orgías con champán Codorniú y pescaíto frito que se ha corrido con Julián Muñoz (ese hombre que, dicho sea de paso, lleva los pantalones a la austríaca, o sea, por encima del ombligo), hasta que una de las chatis con las que le sorprenden de vez en cuando, se va de la lengua con un policía corrupto o a medio corromper, un ser hambriento de gloria y rehabilitación que se va de la lengua y culmina la leyenda gafe de Isabel Pantoja, el último mito que nos queda, muerta Lola y fallecida Rocío.
¿Cuál será el último capítulo?
Aquí va una apuesta ya hablando en serio: Isabel Pantoja es un ser humano excepcional (no puede ser de otra manera para aguantar lo que ha aguantado esa mujer durante todos estos años). Saldrá del cuartelillo renacida como ave Fenix y dará un concierto multitudinario en Las Ventas a beneficio de Radio Taxi, ese público que tanto la quiere. Y olé.

1 comentario:

Toni Solano dijo...

Creo que Quico (no sé que es peor, eso o Paquirrrrín) aprovechará la ausencia de su mami para organizar una Pijama Party en el club de alterne que le sirve de refugio; aunque es posible que, cautivo y desarmado, se entregue a las hordas de ¿periodistas? y largue alguna exclusiva (¿para financiar la Pijama Party?)