Paseantes en una zona comercial vienesa (foto del autor)
Por un puñado de jEuros

Si vives enamorado, /no tardarás en saber /que un amor puede doler/ cierto, mentido y soñado.
9 de octubre.- Tengo que confesarlo: sufro una adicción. Comenzó, como todas, en los primeros tiempos de mi estancia en esta tierra de habla extraña. Los jEuros escaseaban, mi equilibrio bancario era una postal diaria desde el filo del abismo. Así que, en algo me tenía que entretener, ¿No?
Las tiendas de sengunda mano representaban para mí la posibilidad de adquirir películas y discos a un precio relativamente apañado. Todas las semanas, pasaba un par de veces y buceaba entre cochambres y Klumpads varias tras el corazón verde de un clásico de Hollywood o sobre la pista de la penúltima obra de un ignoto realizador japonés. Hoy, que mi equilibrio financiero ya no es lo que era (afortunadamente) sigo enganchado a las tiendas de segunda mano, en las que consigo a buen precio DVDs jugosos y seminuevos que simpáticos candidatos a delincuentes juveniles roban de las bibliotecas públicas con el sano objeto de sacarse unas perrillas para el botellón sabatino.
Y dirán mis lectores indignados: ¿Pero es que los honrados comerciantes de la rama del producto seminuevo no notan la huella pegajosa del celo bibliotecario? Pues no, lectores que me leéis desde los cuatro rincones del planeta. No la notan. Y, la verdad, ni falta que les importa. No tienen escrúpulo ninguno en averiguar la procedencia de estos menudillos de la cultura que yo, como una urraca avariciosa, me llevo a mi hogar previo pago de un puñado de monedas.
Dado el conociodo espíritu ahorrativo que mueve a los aborígenes, las tiendas de segunda mano gozan de una fama aceptable. A pesar de esto, y de ser comercios límpios y pintados de bonitos colores que incitan al consumismo salvaje, las tiendas de segunda mano austríacas no pueden librarse de ese aura un poco vergonzosa que acompaña a los sex shops y a otros establecimientos relacionados con los vicios secretos y el juego de muñeca. Yo, por ejemplo, cada vez que voy, me encuentro con los mismos clientes, todos con pinta de dueños de oscuro gimnasio suburbial, todos cabizbajos, pasando los ojos culpables por las portadas de interminables pilas de cds de la Estrellita Castro austríaca. Todos con pinta de poder negar, en caso necesario, que están allí como estamos todos: por un puñado de jEuros.

1 comentario:

Luisru dijo...

Jo, qué bueno lo del hurto de dvdeses en las bibliotecas, supongo que lo harán aquí también, a ver si me acerco a alguna tienda de segunda mano, que la biblio de mi barrio tiene una colección más que notable.
Los vieneses son unas consumistas, sí, pero es que es tan molongui pasear por la Mariahilfestrasse (y debe serlo más si tienes un buen montón de jEuros)...