Patrizio, el ragazzo que las enamora
Y yo sabré la música ardorosa/ de unas alas de Dios, de una luz rosa, /de un mar total con olas como abrazos.

8 de octubre.- En el mundo del espectáculo español (y aún diría más, en el del mundo mundial) hubo un antes y un después de este momento.



Final de la primera edición de Operación Triunfo. Bisbal, Rosa y Bustamante. Pero aunque ganó Rosa de España (merced al peso de la población de Andalucía en el total español), Bisbal fue el auténtico vencedor de aquella liza. Incluso, visto ahora, a Mihura pasado, el que Bisbal se viera condenado a dar saltitos en el coro de Tallín cantando que Europa estaba viviendo una celebración (la pobre) fue una suerte para él. Su incipiente imagen pública no se vio desgastada por el trago amargo de perder Eurovisión (no mandé mis naves a luchar contra esos elementos).
Sentado ayer en la grada de una de las salas (gigantesca) de la Stadthalle de Viena (Gran Palacio de Conciertos de esta ciudad que me acoge), me acordaba yo de estas cosas que siempre traen a la memoria el aroma inconfundible de los churros y la cantinela inmisericorde de los rifadores de perritos pilotos . Fui a ver un concierto del que, si yo no me equivoco y la suerte le sigue ayudando, será el segundo Bisbal. Por lo pronto, después del concierto de ayer, salía hoy en avión para hacer las Américas.
Se trata de Patrizio Buane, al que su casa de discos ha bautizado como “La voz del romance” En los previos, me reía yo para mis adentros pensando que Anne Igartiburu hubiera podido hacer su agosto en aquel teatro con la sección “Corazón Maduro”. Tres cuartas partes del público lo componían pimpantes damas otoñales. Mucho tinte rubio (yo tenía una jefa que decía que todas las mujeres empiezan en morenas y, conforme van cayendo las hojas del calendario, van tendiendo al aclarado y a la mecha infinita), mucha cazadora vaquera con cuello de polipiel o de bicho sintético, mucho oro, mucha lentejuela sobre el seno generoso...Aquí, como allí, el tipo es parecido.
La otra cuarta parte estaba compuesta, en su mayor parte, de fans de la canción melódica y la música palmeable (o sea, aquella cuyo ritmo se puede seguir con las palmas y cuyas tonadas pueden alegrarte la ducha). En este último grupo está incluido un servidor de usted, a quien nada de lo cantable le es ajeno.
Se apagaron las luces y, tras una obertura (Il Mondo) se presentó nuestro hombre. Cuerpo de jugador de fútbol de segunda B que denunciaba su ascendencia mediterránea (la raza aborígen es más bien patilarga). Atuendo negro a lo Raphael, corbata color petróleo y, como nota chispeante, pañuelo rojo en el bolsillo delantero de la americana. Pañuelo que, por cierto, se perdió en algún momento de la representación (quizá entre trago y trago a los tres litros de agua mineral Evian que nuestro hombre ingirió durante el concierto). En las dos primeras canciones, el diestro de Nápoles estuvo nervioso, no se paró mucho en los medios. Y el público, en correspondencia, estuvo algo frío.
Entre pieza y pieza, Buane dijo sin mucha seguridad las bromas que tenía preparadas. Tímidas risas. Pero, a la tercera canción, el volcán Buane entró en erupción y, a partir de entonces, todo el patio de butacas, a una, se convirtió en una señora gordita a la que un ragazzo que podría ser su hijo dice galanterías en la playa, al lado de un espeto de sardinas asándose a la brasa.
Como la dama obesa del cuento, nos resistimos todo lo que pudimos a los encantos del simpático camarata del chiringuito (para completar el tipo no le faltaban ni la esclava de oro ni la cadena al cuello, que la vimos todos cuando abandonó la corbata). Intentamos por todos los medios no reirle las gracias mientras el rubor nos encendía el rostro, creimos estafarnos pensando que, lo mismo que a nosotros, le había dicho las mismas galanterías mentirosas a otras damas obesas de mediana edad de la mitad del planeta. Pero no hay nada que se crea con más facilidad que lo que uno quiere oir y, a la tercera tanda de chistes, el público, entregado, coreó lo que pudo corear (dentro de los límites que impone el correcto natural austríaco) y batió palmas como una pandilla de beodos en la Oktoberfest.
A partir de ese momento en el que las resistencias saltaron por los aires, Buane se metió en ese repertorio en el que se encuentra cómodo y que atestigua miles de kilómetros que lleva en las suelas entre mesas cubiertas con manteles de cuadritos, preguntando si Hawaiana o Quatro stagioni (los padres de Buane tuvieron una de las primeras pizzerías de Viena).
Se divirtió con Elvis (ganó en su primera mocedad un concurso de imitadores), practicó el encogimiento de hombros Sinatra y nos ofreció diferentes variantes de sus tres cuartos y medio perfil sentado en un banco de bar. Gracias a él, los Rolling volvieron a ser esa cosa demasiado agresiva para triunfar (¿Jagger? ¿Pero quién es ese Jagger?); y el amo de Graceland, el rey del caderamen canalla. Rindió cortesías en el altar de su Italia natal e, incluso, tuvo algunos amagos de cantante fálico que tiraron bastante a la fantasmada adolescente..
Alto ahí: ¿Qué es eso?
Pues yo lo explico: un cantante fálico es el que, llevado en andas por la admiración de su público, necesita demostrar que “el picha es el que la tiene más larga”.
Para entendernos: un punto Camilo Sesto pero sin rotura de meniscos y sin síndrome Johny Weissmuller. Para demostrarle a las señoras asistentes lo bien dotado que estaba –vocalmente, se entiende-, cantó sin micro los dos primeros versos del “O sole mío” y decidió que, ya que estaba, se tiraba el moco y decía que había estudiado “canto clásico” (en realidad, como cantante operístico tiene serias limitaciones técnicas, pero las señoras, casi todas regalito en mano, boca abierta y ramo de flores, hicieron la vista gorda y supusieron que gritar cosas en italiano significa tener la misma voz que Plácido Domingo, un poner).
Pero lo que a este chico le falta en técnica lo compensa con dosis industriales de morro y simpatía.
Y, al fin al cabo, esa es la pasta de la que están hechos los grandes artistas.
Como Bisbal.
¿O no?.

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