Algo más antiguo que nosotros
¡Oh, quién así —pensaba—/ dejar pudiera deslizarse el tiempo! /¡Oh, si las flores duermen, / qué dulcísimo sueño!
7 de Noviembre.-
Querida sobrina:
Sí: esos globos que ves alrededor de tu cuna, esos entes cuyas formas estás empezando a reconocer, cuyos sonidos incomprensibles aprendes a apreciar en estos momentos, son tu familia.
Felicidades: por sorteo te ha correspondido una buena (aunque mi opinión no sea muy objetiva, claro está).
En esto de las familias, como en las loterías, cada uno cuenta la película como le va. Por estas críticas cinematográficas que he ido oyendo sé que no todos tienen la suerte de crecer en casas en las que la gente se partiera el pecho de risa, como nos ha sucedido a tus padres y a mí. Con lo cual, alegrate y disponte a aprender, porque lo que veas te será muy útil durante el resto de tu vida.
El hecho, sobrina, es que tu familia te marca y que esos globos que hacen el tonto nada más abres los ojos, tendrán una influencia en tu vida de la que, ni aún con todas tus fuerzas, podrás librarte totalmente. En el caso de tu padre y mío, quiero creer que esa influencia fue para bien: desde niños aprendimos a ser generosos, menos maleducados que algunos de nuestros contemporáneos, y aprendimos también el valor del esfuerzo (único camino para conseguir cosas que merecen la pena) y que, en realidad, casi nada en esta via merece que nos llevemos un sofocón.
También aprendimos que convivir con alguien es difícil, y que sin la costumbre de comunicarse, la vida merece menos la pena.
Y de esas rentas vivimos todavía.
Aunque, aquí entre nosotros, tampoco sé decire si venir al mndo en una familia así mola tanto como parece a primera vista. Porque, si bien tiene unas ventajas evidentes, también es cierto que, a base de leches, aprendes que el monte no está (ni mucho menos) lleno de hierbas aromáticas. O sea, que hay mucho cardo borriquero suelto.
Frente a ellos, uno echa de menos la capacidad de morder y de imaginarse la crueldad ajena que los demás parecen tener por arrobas. El descubrimiento de que yo era un minusválido en esos terrenos (lo cual viene a significar que no había perfeccionado la cuota parte de mala leche que traigo de serie) me ha costado no pocos sinsabores, por no hablar de esa incómoda sensación de indefensión que aqueja a los endomingados a destiempo.
Tu padre, habiendo crecido en la misma matriz que yo, y habiendo crecido en el mismo ambiente, sin embargo, parece haber tenido menos problemas en ese aspecto. Desde niños la gente ha hablado de mi falta de picardía (y de la prudente dosis que él posee) mirándome a mí con cierta conmiseración. Alguien ha llegado a asegurar que, de afirmarse estando yo presente que los burros vuelan, me lo creería.
No sé, sobrina. Supongo que esto es lo mismo que los cursos de pintura de Planeta de Agostini: hay gente que se gasta pastas inmensas en comprarse pinturas, materiales, exquisitos lienzos, y no pasa de hacer monigotes. Y hay gente que, en la esquina de un mantel, pinta obras maestras.
Pero me estoy desviando.
Tienes la suerte, sobrina, de pertenecer a un clan. Cuando tuve que venirme aquí, fueron muchos los miembros de mi familia (que ahora es tuya) que me escucharon entonar el canto del me voy o no me voy. Cada uno, me aconsejó según sus miras y sus creencias, y todos los consejos me fueron útiles. En muchas otras situaciones complicadas de mi vida, no sé qué hubiera sido de mí si hubiera tenido que enfrentarme solo a esa bestia aullante que pueden llegar a ser los inconvenientes de la vida. Juntos, sobrina, somos más y mejor.
Y, aún estando lejos, puedes creerme que nunca me he sentido solo. Siempre he sabido que, para lo que sea, esa presencia cariñosa y vigilante, estará ahí.
Así tú tendrás siempre la mía.
Un beso de tu tío.
Querida sobrina:
Sí: esos globos que ves alrededor de tu cuna, esos entes cuyas formas estás empezando a reconocer, cuyos sonidos incomprensibles aprendes a apreciar en estos momentos, son tu familia.
Felicidades: por sorteo te ha correspondido una buena (aunque mi opinión no sea muy objetiva, claro está).
En esto de las familias, como en las loterías, cada uno cuenta la película como le va. Por estas críticas cinematográficas que he ido oyendo sé que no todos tienen la suerte de crecer en casas en las que la gente se partiera el pecho de risa, como nos ha sucedido a tus padres y a mí. Con lo cual, alegrate y disponte a aprender, porque lo que veas te será muy útil durante el resto de tu vida.
El hecho, sobrina, es que tu familia te marca y que esos globos que hacen el tonto nada más abres los ojos, tendrán una influencia en tu vida de la que, ni aún con todas tus fuerzas, podrás librarte totalmente. En el caso de tu padre y mío, quiero creer que esa influencia fue para bien: desde niños aprendimos a ser generosos, menos maleducados que algunos de nuestros contemporáneos, y aprendimos también el valor del esfuerzo (único camino para conseguir cosas que merecen la pena) y que, en realidad, casi nada en esta via merece que nos llevemos un sofocón.
También aprendimos que convivir con alguien es difícil, y que sin la costumbre de comunicarse, la vida merece menos la pena.
Y de esas rentas vivimos todavía.
Aunque, aquí entre nosotros, tampoco sé decire si venir al mndo en una familia así mola tanto como parece a primera vista. Porque, si bien tiene unas ventajas evidentes, también es cierto que, a base de leches, aprendes que el monte no está (ni mucho menos) lleno de hierbas aromáticas. O sea, que hay mucho cardo borriquero suelto.
Frente a ellos, uno echa de menos la capacidad de morder y de imaginarse la crueldad ajena que los demás parecen tener por arrobas. El descubrimiento de que yo era un minusválido en esos terrenos (lo cual viene a significar que no había perfeccionado la cuota parte de mala leche que traigo de serie) me ha costado no pocos sinsabores, por no hablar de esa incómoda sensación de indefensión que aqueja a los endomingados a destiempo.
Tu padre, habiendo crecido en la misma matriz que yo, y habiendo crecido en el mismo ambiente, sin embargo, parece haber tenido menos problemas en ese aspecto. Desde niños la gente ha hablado de mi falta de picardía (y de la prudente dosis que él posee) mirándome a mí con cierta conmiseración. Alguien ha llegado a asegurar que, de afirmarse estando yo presente que los burros vuelan, me lo creería.
No sé, sobrina. Supongo que esto es lo mismo que los cursos de pintura de Planeta de Agostini: hay gente que se gasta pastas inmensas en comprarse pinturas, materiales, exquisitos lienzos, y no pasa de hacer monigotes. Y hay gente que, en la esquina de un mantel, pinta obras maestras.
Pero me estoy desviando.
Tienes la suerte, sobrina, de pertenecer a un clan. Cuando tuve que venirme aquí, fueron muchos los miembros de mi familia (que ahora es tuya) que me escucharon entonar el canto del me voy o no me voy. Cada uno, me aconsejó según sus miras y sus creencias, y todos los consejos me fueron útiles. En muchas otras situaciones complicadas de mi vida, no sé qué hubiera sido de mí si hubiera tenido que enfrentarme solo a esa bestia aullante que pueden llegar a ser los inconvenientes de la vida. Juntos, sobrina, somos más y mejor.
Y, aún estando lejos, puedes creerme que nunca me he sentido solo. Siempre he sabido que, para lo que sea, esa presencia cariñosa y vigilante, estará ahí.
Así tú tendrás siempre la mía.
Un beso de tu tío.
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