La soledad y yo
2 de Septiembre.- Ayer fue el primer día de colegio de todos los niños austriacos. Se pudo ver a las madres estresadas (y a los padres) con el cucurucho lleno de dulces que aquí se usa para que los niños se traguen el asunto de la educación a la fuerza.
Nada que ver con mi primer día de colegio, por cierto; que debió de ser un trauma tanto para mí como para mis padres. Lloré como si me estuvieran matando (ya me olía lo que venía). Resulta curioso que, cuando pienso en los comentarios que hacían mis primos más mayores, o en lo que después yo le preguntaba a los niños más pequeños que empezaban la escuela, siempre se daba por supuesto que, el empezar a acudir al colegio era, más que nada, un rito de iniciación. Algo que tenía que doler. Recuerdo haber preguntado “Pero, ¿Has llorado, o no?”. El colegio fue para mí la experiencia de la soledad. Y la soledad, siempre duele.
El otro día estuve con mi amigo C. (tan bueno es su alemán, y tan larga su estancia aquí que ya es más austriaco que español) y con otros amigos austriacos y celtíberos. Y salió este tema, el de la soledad.
Va en las personas, claro. Pero tengo para mí que la gente del sur es mucho más gregaria. A veces, para mal. Entre nosotros tiene la soledad muy mala reputación. Desde la soltería de las mujeres (“A la lima y al limón, tú no tienes quien te quiera/ A la lima y al limón, te vas a quedar soltera”) hasta la soledad en los hospitales. Para todas las cosas de la vida, la gente del sur teme estar sola. Teme enfrentarse sin refuerzos morales a situaciones de conflicto.
No dudo que los austriacos también teman encontrarse sin perrito que les ladre, pero sin duda su actitud es muchísimo más valiente. Por ejemplo, en Viena, hay muchísimos ancianos que viven solos. Que viven solos y que, mientras pueden, se lo hacen todo solos. Ves a las señoras con el andador por la calle, con una cestita colgada en la que llevan la mínima compra, o las medicinas. Mujeres, particularmente, orgullosas de su propia independencia; a las que les gusta cerrar la puerta de su wohnung y sentirse señoras de su propio castillo.
Sin embargo, para decir la verdad, tengo que consignar aquí que la generación joven expresa, en la mayoría de los casos, cierta envidia por lo que ellos consideran una virtud de las sociedades mediterráneas. La estructura social que nos mantiene apegados a la tierra y que, en cierto modo, es el tema de películas como “Volver”, de Pedro Almodóvar. Los defensores de esta costumbre nuestra, que puede llegar a ser muy asfixiante, aducen que en Austria se dan unas tasas de suicidio muy altas y que, quizá, la gente se quitaría menos de en medio si tuviese un hombro en el que depositar las lágrimas.
Una de las consecuencias más evidentes (y, sobre todo al principio) más dolorosas de la inmigración es que uno pierde toda la estructura social que le acompaña cuando está en su país. Padres, madres, amigos, compañeros de trabajo, compañeros de estudio, el tendero que te atiende, el pobre que te pide, el kiosquero que te vende el periódico, todos, desaparecen en un sumidero que te deja desnudo. Frente a frente contigo mismo. Dependiente solo de tus propios recursos. Para quien no está acostumbrado, como fue mi caso, resulta una experiencia sumamente reveladora y, al mismo tiempo, desasosegante. Como si se perdiera a toda la familia en una catástrofe. Poco a poco, hay que empezar a reconstruir el tejido social perdido, a generar lo que te falta. No hay que desesperarse, sin embargo, porque, a poco que uno se ponga, tras la travesía del desierto, aparecen los nuevos amigos y la familia, de todas formas, no se pierde nunca, como parece. Están más lejos, quizá te ayudan de otra forma, pero no se pierde.
Y, en el camino, uno gana lo que aprende de sí mismo.

6 comentarios:

amelche dijo...

Me encantó este post por lo que me sentí identificada (yo también he vivido sola en Irlanda del Norte) y por la reflexión tan interesante sobre la cultura española y la austríaca, que creo que se parece más a la anglosajona. Sí, tienes razón, aquí comer solo en un restaurante, por ejemplo, es como: "Pobrecito, no ha encontrado a nadie con quién comer." Los que trabajan fuera de casa y tienen que comer por ahí, se van todos juntos al mismo restaurante o en los trabajos, cuando van a almorzar, siempre le dicen al compañero: "Me voy a almorzar, ¿te vienes?" O, incluso, dices que te vas y alguien se te acopla: "¿Ah, sí? Pues yo también me voy contigo a almorzar." Como si uno/a no se pudiera sentar a solas en un bar a tomarse un café con leche y un croissant. Hay que ir con alguien. Y, cuando los españoles van solos en un autobús o tren, se pasan el viaje llamando a todo el mundo o mandando mensajes, como dando a entender: "Viajo solo, pero tengo miles de familiares y amigos pendientes de mí."

Te de llimona dijo...

Hola!

A mí me gusta ese anonimato, esa independencia y ese enfrentarse a uno mismo de que hablas... Te da mucha más libertad. Tiene razón también amelche que aquí estamos menos acostumbrados a hacer cosas solos... Yo voy al cine sola, viajo a veces sola y la gente me dice: pero estás loca? eres una freakie! y cosas así. Pero si viajas un poco te das cuenta que en otros países se han liberado hace tiempo de ese arraigo de que hablas. Mucho me temo que nuestro apego a la familia nos viene del catolicismo en parte... porque a los italianos también les pasa.
Sin quererlo me has dado otro motivo para querer vivir en otra parte y en concreto en Viena.
Gracias!

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias a las dos por vuestros comentarios.
A Amelche: es curioso lo que comentas de los compañeros. Porque incluso, estando con otra persona comiendo en la misma habitación (la cocina de mi trabajo) el impulso normal de un español es ponerse a hablar, aunque sea del tiempo. Es una norma de protocolo social. Ellos, se ponen a leer el periódico. Que es una cosa que a mí me sorprendió mucho hasta que me di cuenta de que no era nada personal jejeje. A veces, se echa de menos ese espíritu de grupo, pero cuando te acostumbras, le ves sus ventajas también.
A Te de Llimona: la soledad no tiene buena reputación en España y ellos dicen que aquí tampoco; pero yo no me lo acabo de creer a la vista de mi vida diaria. Aún así, uno no se da cuenta de las cosas hasta que las pierde, y no es igual estar solo por decisión propia que estar solo forzadamente. Hay momentos en que una red de contactos sociales viene muy bien. Como decían en la bola de cristal "Solo no puedes: con amigos, sí". Me alegro de que Viena te atraiga tanto. Serás muy feliz.
Saludines,
Paco

amelche dijo...

TE DE LLIMONA: Es verdad, luego te mirar como "la rara" que se va por ahí sola, ¡ja,ja! Y, encima, algunos incluso se ofenden porque no te vas con ellos o porque estás callada. El otro día intentaba hacérselo entender a un amigo mío, que tal vez yo me lo pase mejor en silencio contemplando sola el paisaje de los Alpes, que estoy perfectamente, no estoy triste ni nada, sólo que necesito un momento de reflexión individual y que él se lo toma a mal porque no le hablo en ese momento y me aparto un poco del grupo. Creo que al final no me entendió, pero lo intenté.


PACO: Es que parece que los españoles se sientan obligados a hablar todo el rato para no parecer maleducados o bichos raros. Con lo bueno que es poder estar callado de vez en cuando, leyendo tu periódico tranquilamente y el otro también. Además, no sólo tenemos que hablar, sino hablar a gritos para que parezca que ponemos interés en la conversación: cuanto más gritemos, se supone que más interés. Y luego vas a un bar en Irlanda (o Viena, donde no he estado, pero supongo que será igual) están todos allí, susurrando para que nadie más oiga la conversación.

Marona dijo...

Desde adolescente me ha gustado estar sola y hacer cosas sola, supongo que en parte porque mi familia siempre me ha animado a ser independiente. Eso en Barcelona causaba que yo fuera la "rara".
Desde que vivo en Salzburgo, me he acostumbrado tanto a pasar muchas horas solas que en vacaciones, cuando tengo que convivir con más gente, llega un momento que me agobio y necesito "escapar", salir a dar un paseo por mi cuenta o levantarme antes que los demás y tomarme un café en silencio.
Creo que la soledad es mi refugio. Eso no significa que estar con gente me disguste, pero hay algo de confortable en prepararme un pequeño picnic, tomar la bici y un libro o la cámara y pasar una tarde conmigo misma :)
¡Saludos!

Paco Bernal dijo...

Hola Mar!
A mí también me pasa que, de vez en cuando, necesito soledad. Para lo que yo llamo "poner en orden los armarios". O sea, preguntarte por qué haces las cosas y repasar un poco tu vida. Yo lo hacía en España y, curiosamente, aquí tengo menos tiempo de hacerlo...Será cosa de recuperar la costumbre.
Saludos.
PS: La exposición World Press Photo 08 ya está anunciada.