El difunto es un vivo

1 de Noviembre.- Siendo hoy el día que es y estando en un país en el que la preocupación por la muerte adquiere tintes de deporte nacional, no queda más remedio que hablar de un difunto que, seguramente, nunca soñó en vida con disfrutar de la fama, un tanto exótica, de la que goza hoy.
Para hacerlo, tendremos que remontarnos unos cuantos miles de años en el río del tiempo. El Sáhara es todavía una extensión verde salpicada de ríos sin nombre, y los bosques ibéricos un oscuro frondor muy diferente de las raquíticas y domesticadas extensiones que conocemos hoy. Un día invernal, quizá presionado por el hambre o quizá huyendo de un delito castigado por sus iguales, un hombre se intrnó más de lo debido en lo que hoy es el valle de Ötz, en los Alpes. La noche le sorprendió en una zona de nieves perpétuas y una muerte azul, disfrazada de sueño irresistible, le facturó al futuro. El cadáver del hombre de los hielos sobrevivió en buena forma a la caida del imperio romano, al oleaje que rompió las fronteras del mundo conocido en el siglo III y que atrajo a los pueblos germánicos hacia posiciones más meridionales. Escuchó quizá los ecos del esplendor del Islam y quizá aguzó el oido para escuchar las novedades del descubrimiento de América. Con la astucia del que acecha el husmo de una presa, permaneció escondido mientras la imprenta tiraba las octavillas de la Ilustración. El Gran Bertha retumbó en sus tímpanos gélidos como un trueno lejano durante el estiaje anual de los torrentes de montaña y sin duda se preguntó sorprendido qué eran aquellos ruidos que nosotros hubieramos identificado sin dudar con las orugas de los tanques mordiendo el asfalto. Detenido en su eternidad blanca, el hombre de los hielos debió de sorprenderse mucho cuando una mujer, vestida de una manera estrafalaria y profiriendo sonidos ligeramente aviares, se topó con lo que quedaba de él y lo denunció a la policía que, inmediatamente, procedió a datar y estudiar los restos.
Escucharía seguro cómo le bautizaban Ötzi y cómo la reconstrucción de su supuesta vida y milagros llenaba páginas y páginas de letra impresa. Aprovechando su fama, incluso un cantantastro austriaco tomó su nombre (DJ Ötzi) y se forró, y los lugareños de la población más cercana a donde fue hallado montaron una especie de parque temático en el que los turistas podían hacerse una lejanísima idea de cómo era vivir sin internet y tener una esperanza de vida de treinta años. Incluso, la mujer que le había sacado de las nieves –una italiana de armas tomar- consiguió la recompensa que reclamaba por haberle descubierto –todo aunque el hallazgo se había tratado más bien de un encontronazo inopinado-.
Unos cuantos años más tarde, el descanso de Ötzi en una cámara frigorífica de alta tecnología se ha visto turbado de nuevo: unso científicos italianos obtuvieron muestras de su piel (del mismo color y textura que la de unos zapatos del cuero más fino) y las entregaron al potente ojo de unas máquinas que seleccionaron, de aquellas células en las que la vida era un recuerdo lejano, el ADN mitocondrial. Tras dilucidar las secuencias de las tres bases que transmiten nuestra herencia, los científicos realizaron otro descubrimiento sorprendente: si bien Ötzi pertenecía indudablemente a su misma especie (o sea, era un Homo Sapiens Sapiens con toda la barba) también era cierto que era un ejemplar único: su cromosoma Y indicaba que no queda en el Planeta Tierra ni un solo individuo de su misma subespecie:
-Nadie puede reclamar ser descendiente de Ötzi –dijeron los doctores. Y, quizá, pensaron con el poeta en lo solos (esta vez doblemente) que se quedan los muertos.

2 comentarios:

amelche dijo...

El pobre hombre seguro que maldice el día en que lo encontraron. Con lo tranquilo que estaba él en el valle alpino.

Paco Bernal dijo...

Hola!
Pues hombre, no sé si maldecirá el día, pero la verdad es que, con lo del calentamiento global, muchos glaciares se están deshaciendo -por eso apareció él- y muchas cosas que el hielo guardaba están saliendo a la superficie.
De alguna manera, quien lo encontró lo salvó.
Saludetes,
P.