Kabuki

2 de Diciembre.- Releyendo el post de ayer me he dado cuenta de que he olvidado felicitar el año 2009 a mis lectores.
Un olvido imperdonable, ya lo sé, pero que reparo ahora mismo.
Queridos lectores del Universo Mundo, no os dejéis asustar por las previsiones de los agoreros: la felicidad está, en gran parte, en nuestras manos. La vida es un diez por ciento como es y un noventa por ciento como nos la tomamos. Así pues: a por ellos que son pocos y cobardes y feliz año nuevo.
Sigo: yo quería hablar hoy de P. que es un niño de siete años supermajo, despierto y listo. Mientras escribo estas líneas, está viendo a mi lado un DVD en el que unos personajes japoneses se dedican a darse mamporros sin ningún motivo descifrable.
Por razones que no vienen al caso, P. ha estado en mi casa el día de hoy y yo, que no tengo hijos, me he dado cuenta de que lo de hacerse viejo no es ninguna broma.
Empecé a sospecharlo cuando, en otra estadía de P., decidí iluminarle la vida con los grandes clásicos de la cinematografía mundial y, así, sin anestesia, le administré una dosis de “El mago de Oz”, con Judy Garland, el león cobarde, el hombre de hojalata y toda la pesca. Lo ideal para un niño de siete años ¿Verdad? Pues noup. Al cuarto de hora de empezar la peli, P. se puso a hacerme las lógicas preguntas que haría cualquier niño de su edad. Por ejemplo: ¿Cuándo luchan? Intentar explicarle a una criatura de primaria el concepto “musical de Hollywood” puede ser un poco difícil, así que, después de que P. preguntara qué pintaba en la histora aquel viejo patético disfrazado de león (naturalmente después de preguntar por enésima vez que cuándo Judi Garland se ponía los nunchakus y la emprendía a golpes con toda la peña de Oz) decidí apagar el aparato y buscar otro entretenimiento. “El Mago de Oz” se ha convertido para los niños de ahora en un entretenimiento tan ajeno y que exige tanta preparación previa como el kabuki. Con lo cual, mejor tirar del mando a distancia.
Hoy, también hemos tenido P. y yo nuestras diferencias. Después de andar de compras por una zona comercial vienesa, nos ha entrado hambre.
-¿Te gusta el pescado? Porque conozco un japonés en el que ponen un salmón que está riquísimo y...-lo sé, lo sé: a los críos no les mola el pescado si no lo ha plastificado el capitán Pescanova, pero por intentarlo no perdía nada.
-No: lo que mola de verdad es el Mc Donalds.
Yo he fingido que a mí las pringosas hamburguesas de Ronald me daban arcadas y él, rapidamente, se ha rebotao. Con lo cual, no ha quedado más remedio que convertirse en cómplices del imperialismo americano. Una vez en la cola del establecimiento, el angelito se ha colgado de mi manga y me ha mareado con el nombre de todo tipo de productos industriales que empiezan por Mac. Así que, llegado el momento de la verdad, tras cerciorarme de que lo que el chaval pedía era un mal dietético menor, le he dicho:
-Hala majo, pide tú.
Y ha conseguido un catálogo de productos que le han hecho feliz y a mí me han sumido en la culpabilidad. Para remediarla, hemos tenido P. y yo una conversación en la que hemos aprendido a diferenciar “lo que está rico” de “lo que es sano”. Porque P. y yo sí que parecíamos estar de acuerdo en que ponerse cerdo en el McDonalds era un placer gastronómico comparable al que pueda proporcionar cualquier garito de la Guía Michelin, pero que sano sano, lo que se dice sano, no es.
Nuestro camino del Mc Donalds al cine en donde hemos disfrutado de la segunda parte de Magadascar, se ha parecido bastante al Un,dos,tres. P. me preguntaba por ejemplo:
-¿Y los plátanos, son sanos?
Y yo me ponía:
-Supersanos, de esos puedes comer un par al día porque dan mucha fuerza para hacer deporte.
-Y la leche, también es sana.
-Sanísima: los huesos se te ponen como el acero de los altos hornos del Mediterráneo.
-¿Y qué son los altos hornos del Mediterráneo?
-Déjalo hijo, déjalo. Que es muy largo de contar.
Pensaba yo en mi sobrina, como siempre, y en cuando sea grande. En estos tiempos, ¿Cómo se puede educar a un niño con un mínimo de decencia sin convertirlo tampoco en un apestado social? Porque esa es otra: el catálogo de horteradas para niño, es inagotable y daría para otro post (ahora mismo pienso en Hana Montana y en las ganas que dan de hostiarla a ella y a sus amiguitos).
Menos mal que la inocencia infantil sobrevive a todo (como la nuestra sobrevivió, supongo).

3 comentarios:

amelche dijo...

Huy... Mal te veo... Menos mal que aún te quedan años para tener hijos (supongo que no te habrá entrado la fiebre paternal de pronto) así que tienes tiempo para ir preparándote. Por cierto, mis amigos, los que tienen hijos, dicen que las películas de Disney sí que les gustan. Pero tal vez sea porque son menores de 7 años... No sé.

¿Con Harry Potter has probado? Igual te sirve.

JOAKO dijo...

Poes mi hijo lo flipa con "Chitty Chitty Bam bam", "el Mago de oz", y todavía no ha llegado a la fase "te arrancaré el corazón y me lo omeré mientras miras" manga oriental donde los haya.
La educación es esa peliaguda tarea que requiere un trabajo extra que pocos afrontan con sentido común.
Feliz año nuevo

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias por vuestros comentarios.
A Amelche: no sé si mal, pero pensativo sí que me puedes ver jajaja. Las pelis de Disney están bien, es verdad, pero hay por ahí una gama de porquerías audiovisuales destinadas a los críos que de verdad, ponen los pelos como escarpias.
a Joako: Ay! Chitty chitty bang bang. El nuevo bombón dulce sabe silbar y tralará. Qué recuerdos...La verdad es que la tele para chavales está difícil eh? Y luego, es que los programas para chicos son una teletienda.
La educación de los niños es algo que tiene que ver muchísimo con el sentido común, tienes razón. Por suerte, P. lo flipó con Asterix (un alivio, oyes).
Feliz año a los dos