El avispado compositor italiano Giuseppe Verdi
Bailes y Máscaras

10 de Febrero.- Repaso a la actualidad mundial: en Australia, según la ORF, se ha quemado una superficie de bosque equivalente a Burgenland (una de las divisiones territoriales de Austria, igual que nuestras Comunidades Autónomas). Una salvajada, en cualquier caso. En Roma, nuestro vecino muniqués sigue entre la espada de no ofender al ala más fundamentalista de su Iglesia (Monseñor Lefebvre y sus boys) y la pared de tener que admitir que Hitler fue un chico malote con la desagradable costumbre de andar gaseando a la gente (ya lo decía una señora austriaca por la que yo me dejaría hacer pedacitos “!Un papa alemán! Dónde se ha visto. El fin del mundo está cerca”).
Llamo a España y al pobre al que la crisis no le ha encontrado, la crisis le anda buscando. Por todo el mundo, los economistas lloran como mujeres lo que no han sabido defender como asesores y en Austria, las damas de la sociedad y los presentadores de televisión se tiran de los pelos (mutuamente) por culpa del baile de la Ópera (qué catástrofe, tía tía tía).
Así pues, queridos míos, con este panorama mejor hablar de otra cosa.
Ayer estuve otra vez en la ópera (sí, otra vez: yo cuando me empecino en algo, soy muy insistente). Vi “Un baile de Máscaras” (Un Ballo in Maschera, en la versión original), de Verdi. Y la verdad, me gustó pero sin alaridos –Mazagatos dixit- .
La obra trata de una venganza por celos y no renuncia a ningún truco ratonero de los melodramas del siglo diecinueve. Hay de todo: pitonisas piojosas que predicen el futuro desde el fondo de su gruta, madres que, antes de ser descuajeringadas por el puñal justiciero del marido despechado, piden mesándose los cabellos ver por última vez a su único hijo. Hay coros que interpretan el sentir del pueblo y una escenografía aparatosa. O sea, todo Grande Operone de la de verdad. Pero la verdad es que, después de Puccini, tan delicado, tan rico, tan complejo..., Verdi es el Bolero Mix número 10.
Escuchando “Un ballo...” se tiene la sensación de conjunto deslavazado que siempre te asalta cuando ves un musical hecho a base de viejos éxitos de un grupo pop. Sólo que en este caso, es a la inversa. Da la impresión de que Verdi, cuando escribió la ópera, estaba ya pensando en el suculento despiece (no en vano, era hijo de tenderos). Un puede imaginarse al viejo maestro con la pluma entre los dientes, repasando su obra:

-Esto para una polka, con esto un vals, con esto una canción para que las niñas se luzcan en las veladas de piano y sociedad...

En el teatro, pensaba yo ayer que Verdi es el pop de la música clásica (en su época, vivo el maestro, gozó de la fama que pudieron tener los Beatles en su momento). Como muestra, este botón: cada vez que la acción se interrumpía para dar paso a un ária y que así el tenor se luciera (era fácil de saber, porque el viejo zorro de Verdi siempre colocaba inmediatamente antes un chimpún para que el público supiera donde poner la antena). Pues bueno, cada vez que esto pasaba, el señor que tenía yo al lado se ponía a tamborilear en el brazo de su butaca siguiendo el ritmo de la música (lo cual te daba ganas de asesinarlo cordialmente, claro).
Qué diferencia con la Turandot que me compré el viernes. Primero, me escuché el disco con el libreto en la mano (estoy descubriendo que la ópera es música que cuenta una historia y que, sin ella, no tiene sentido). Después, me pongo sólo trozos que me gustan y luego...Pero bueno, de Turandot hablaremos otro día. Por hoy, ya está bien de ópera.

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