Pocos y cobardes
15 de Abril.- Querida Ainara: he venido de Madrid cargado de fotos tuyas (algún que otro vídeo también). Con los meses, te vas convirtiendo en una niña despierta, ágil y, por lo que parece, muy feliz. A Dios gracias. Yo creo que uno de los componentes de tu felicidad es que no tienes miedo de nada. He comprobado que ni la oscuridad te espanta, ni los desconocidos te incomodan y ni siquiera los regaños te detienen (incluso se diría que te los tomas con algún cachondeo). Vives alejada del pavor en todas sus formas y dominada por un furioso afán explorador que te lleva a colarte en el lavavajillas o a rebuscar en los cajones más recónditos. Eres, pues, una niña de lo más inconsciente. Tampoco hay prisa en que cojas miedos. Todo llegará a su debido tiempo.
(Aunque, sobrina, podrías ser un poco más prudente en tus exploraciones, Doctora Livingstone, que un día, Dios no lo quiera, vamos a tener un susto).
Yo fui un niño más bien miedica y soy un adulto que se lo piensa mucho antes de abordar cualquier cosa que no le parezca segura. En esto me parezco a tu abuelo Sebas (al que adoras) y a tu bisabuela María, que llamaba prudencia a lo que era en realidad un completo catálogo de fobias.
Me he pasado la vida luchando contra mis miedos, propios o heredados, y aún ando convaleciente de muchos de los unos y de los otros. Un momento fundamental de la lucha fue, sin embargo, el día en que descubrí que los miedos se dividían en dos grupos: aquellos lógicos y los que únicamente estaban en mi cabeza. Los primeros son fácilmente identificables. Es normal tener miedo del dolor, de la enfermedad, de la altura. Los miedos de la segunda clase son más puñeteros porque la mayoría de las veces se disfrazan de miedos lógicos y se siente un temor supersticioso a desenmascararlos. Estos miedos, generalmente, son la tapadera de otras cosas, como la inseguridad en uno mismo y, para atajarlos y mandarlos al cajón de lo inservible, muchas veces hay que hacer un trabajo serio de exploración interior. Pero para eso antes hay que vencer a uno de los Grandes Miedos, casi el Miedo Primordial: el de enfrentarse a las propias miserias y conseguir hacerlo encogiéndose de hombros.
Merece la pena probar, puedes creerme.
Besos de tu tío.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué hay Paco?

Estoy leyendo "El diario de Hamlet García", de Paulino Masip. El protagonista, el susodicho Hamlet, me recuerda mucho a ti.

Un saludo,

Pablo.

Paco Bernal dijo...

Hola!
Pues mira, aquí esperando el fin del mundo :-)
Por lo que he podido leer en la Wikipedia (no tengo el gusto de haber leido el libro) el bueno de Hamlet García no queda bien parado. Le llaman "cobarde", que es una palabra fea. De todas maneras, también dicen que Hamlet García "permanece al margen sin encontrar la respuesta para explicarse los cambios de su vida". Hombre, los cambios de mi vida, yo me los explico perfectamente; pero en lo de mantenerse al margen (siempre he tenido vocación de marginal) y en lo de no encontar las respuestas (gracias a Dios) me identifico con Hamlet totalmente. Es más, cada vez creo menos en que haya respuestas definitivas.
Un abrazo