La campaña en cuestión (1973) el eslogan era: "Yo me llamo Kolarich, tú te llamas Kolarich, ¿Por qué me llaman Tschusch?"
El difícil negocio de la integración
16 de Abril.- Una de las primeras palabras que escuché al llegar a Viena fue Tschusch. Designa, de manera tan insultante como un escupitajo certero, a los inmigrantes procedentes de las estepas euroasiáticas o de la exótica Turquía, y fue acuñada en los sesenta cuando esta mano de obra empezó a hacinarse en torno a las fábricas para propulsar la prosperidad austriaca de la posguerra mundial.
La otra noche, la segunda de la ORF puso un reportaje que yo, como inmigrante y como curioso, no pude dejar de ver. Rememoraba una campaña muy polémica del año 1973 en la que se echaba en cara a los aborígenes el ser racistas con los pobres Tschuschen.
Se preguntaba el reportaje qué habría pasado con los hijos de aquellos Gastarbeitern que habían dejado Estambul o Varsovia para vivir en Austria.
La respuesta fue bastante sorprendente, en mi opinión: a 35 años de distancia de aquellas imágenes en blanco y negro, se mostraba que las cosas habían cambiado poco o de manera muchísimo más lenta de lo que hubiera podido pensarse. Positivamente feliz sólo salía una familia de raíz croata cuyos hijos (cuarentones ahora) habían conseguido no sin estrecheces obtener un título universitario y convertirse así en algo más próspero de lo que habían sido sus padres.
Con los turcos la harina era de otro costal: la mayoría de los viejos nunca había conseguido aprender alemán (por incapacidad, por desidia, por orgullo o por las tres cosas a la vez) y muchos seguían viviendo en sus míseros pisos de las hoy mortecinas zonas fabriles. Los hijos, treintañeros, seguían sintiéndose híbridos en una tierra en la que no se sentían acogidos pero que tampoco parecían aceptar muy bien. Sonreían, eso sí, cuando se les pinchaban sus declaraciones infantiles de 1973 en las que, con infantil inocencia, como si formara parte del plan que rige el Universo, exponían el programa de vida que era el credo de sus mayores: a saber: permanecer unos años en Austria y luego volver a Turquía para casarse con una musulmana de ojos negros, fiel practicante de las enseñanzas de Mahoma.
Los matrimonios mixtos entre turcos y austriacos siguen siendo raros. Se mostraba, como para dejar un botón, el caso peculiar de un risueño otomano casado con una tirolesa que parecía estar encantada de la vida. Tenían unos niños que habían crecido (así por lo menos lo pensaban ellos, y así lo creo yo también) aunando lo mejor de los dos mundos.
La chavalería, sin duda, era la parte más sorprendente del reportaje: a pesar de haber nacido aquí, los profesores se enfrentaban con los hijos a los mismos inconvenientes que habían tenido que salvar con los padres: para muchos hijos de padres turcos el alemán es una lengua extranjera que tienen que aprender “desde fuera” como si hubieran aterrizado antes de ayer en Schwechat.
En este caso, las políticas de integración puestas en marcha en los setenta han dado resultado solo a medias.
La otra noche, la segunda de la ORF puso un reportaje que yo, como inmigrante y como curioso, no pude dejar de ver. Rememoraba una campaña muy polémica del año 1973 en la que se echaba en cara a los aborígenes el ser racistas con los pobres Tschuschen.
Se preguntaba el reportaje qué habría pasado con los hijos de aquellos Gastarbeitern que habían dejado Estambul o Varsovia para vivir en Austria.
La respuesta fue bastante sorprendente, en mi opinión: a 35 años de distancia de aquellas imágenes en blanco y negro, se mostraba que las cosas habían cambiado poco o de manera muchísimo más lenta de lo que hubiera podido pensarse. Positivamente feliz sólo salía una familia de raíz croata cuyos hijos (cuarentones ahora) habían conseguido no sin estrecheces obtener un título universitario y convertirse así en algo más próspero de lo que habían sido sus padres.
Con los turcos la harina era de otro costal: la mayoría de los viejos nunca había conseguido aprender alemán (por incapacidad, por desidia, por orgullo o por las tres cosas a la vez) y muchos seguían viviendo en sus míseros pisos de las hoy mortecinas zonas fabriles. Los hijos, treintañeros, seguían sintiéndose híbridos en una tierra en la que no se sentían acogidos pero que tampoco parecían aceptar muy bien. Sonreían, eso sí, cuando se les pinchaban sus declaraciones infantiles de 1973 en las que, con infantil inocencia, como si formara parte del plan que rige el Universo, exponían el programa de vida que era el credo de sus mayores: a saber: permanecer unos años en Austria y luego volver a Turquía para casarse con una musulmana de ojos negros, fiel practicante de las enseñanzas de Mahoma.
Los matrimonios mixtos entre turcos y austriacos siguen siendo raros. Se mostraba, como para dejar un botón, el caso peculiar de un risueño otomano casado con una tirolesa que parecía estar encantada de la vida. Tenían unos niños que habían crecido (así por lo menos lo pensaban ellos, y así lo creo yo también) aunando lo mejor de los dos mundos.
La chavalería, sin duda, era la parte más sorprendente del reportaje: a pesar de haber nacido aquí, los profesores se enfrentaban con los hijos a los mismos inconvenientes que habían tenido que salvar con los padres: para muchos hijos de padres turcos el alemán es una lengua extranjera que tienen que aprender “desde fuera” como si hubieran aterrizado antes de ayer en Schwechat.
En este caso, las políticas de integración puestas en marcha en los setenta han dado resultado solo a medias.
Se hablaba también del problema de los minaretes. El risueño turco, el marido de la tirolesa, había sido el impulsor de la creación de un centro islámico en la localidad de Vöslau (de donde viene el agua mineral que consume toda Austria). Dicho centro tenía una mezquita y el templo un minarete, cuyo solo proyecto había hecho que la mayoría católica pusiera el grito en su cristianísimo cielo. Como si un minarete, por sí solo, convirtiese Vöslau en una sucursal de Afganistán. El alcalde de la ciudad, consciente de que no se puede negar a unos ciudadanos un derecho que les garantizan todas las leyes (la libertad religiosa ha sido una de las conquistas más duras de la historia europea) negoció habilmente con los musulmanes. Se construyó el minarete, pero con la condición de que no se viera desde la calle. Todos contentos.
En una de las zonas obreras de Viena existe un proyecto similar. Los habitantes del barrio ya han convocado manifestaciones frente al ayuntamiento.
En una de las zonas obreras de Viena existe un proyecto similar. Los habitantes del barrio ya han convocado manifestaciones frente al ayuntamiento.
2 comentarios:
Me descubro ante tu síntesis del documental: chapó. Por desgracia me lo perdí el día que lo pusieron, pero hoy a mediodía, he tenido la gran suerte de pillar por casualidad la reposición y me he quedado como un tonto pegado a la telesin poder cambiar de canal. Creo que me ha pasado justo como a tí, es decir, que nos ha picado la curiosidad al querer buscar similitudes o vivencias comunes que todo extranjero tiene al venir a vivir a esta tierra. Un saludo
Hola Pyro:
Gracias or tu comentario y perdóname que no te haya contestado antes. Yo vi el programa porque buscaba esas experiencias similares que tú dices. Algunas las encontré pero en la mayoría me sentí poco identificado, porque yo jamás he tenido problemas con los austriacos y me han acogido siempre fenomenal... En fin.
Un saludo
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