Trailer de la película John Rabe
El extraño caso del nazi bueno
14 de Abril.- Ayer, un poco sin querer, fui a ver una película que se llama John Rabe y de la que sólo había oido hablar fugazmente en aquel Talk Show en el que también estaban Dagmar Koller y Daniel Brühl (ver post “yo: el peor de todos”).
Trata el flín de los esfuerzos humanitarios del Herr Rabe que era director de la planta Siemens de Nanking (China) en 1937, cuando a los japoneses les dio por sitiar la ciudad y someter a sus infortunados habitantes a la más variada gama de sevicias. Rabe, capitaneando un exíguo grupo de europeos (el médico, la directora de un colegio de señoritas, un diplomático descolgado, un pastor protestante) creó una zona de seguridad en la que pudieron refugiarse 200.000 Nankineses. Zona que empezó, irónicamente, bajo una gigantesca bandera nazi que los japoneses, al ser aliados del Reich, se abstenían prudentemente de bombardear.
Rabe el hombre, un ser angélico, un buenazo, tenía un pequeño problemilla para convertirle en héroe del cinema: su indiscutible pertenencia al partido nazi. Circunstancia que no se soslaya en la cinta, por cierto. Sin embargo, cualquier prevención que pudiera tener un espectador escrupuloso se desactiva al principio de la película con el siguiente diálogo.
Interior. Noche. Lujosa fiesta en un no menos Lujoso Edificio de la parte noble de Nanking.
Médico abnegado (anglosajón y feo, a la sazón Steve Buscemi) comenta irónicamente a la Mademoiselle, presumiblemente solterona, directora del colegio de señoritas de Nanking:
-Ahí va el nazi –refiriéndose, claro, a Rabe.
La mademoiselle se vuelve un punto indignada:
-El señor Rabe no es nazi.
-Pero es miembro del Partido ¿Verdad? –repone el médico. Pequeña pausa. La mujer:
-Contéstame a una cosa. Tú vienes conmigo a la iglesia ¿Verdad? –el médico asiente- ¿Eres acaso cómplice de la quema de brujas?
He aquí el meollo del cogollo del repollo: se puede ser nazi pero no SS. Al enterarnos de que el señor Rabe no gaseó a nadie nos quedamos todos mucho más tranquilos y podemos (en mi caso) llorar más que a gusto con las perrerías de los japoneses.
La peli se ve con agrado (yo, que lloro hasta con La Barbacoa, de Georgie Dann, la verdad es que pasé un rato regular: me di una panzada de sollozar que mis amigos se descojonaron de mí). Para no alargar el cuento: un flin de los de antes que, en mi opinión, le da cien vueltas a “El imperio del sol” de Spielberg. Película con la que guarda no pocas afinidades. Los actores están bien: sólidos intérpretes alemanes curtidos en el telefilm de Rosamunde Pilcher y en las intrigas criminales mallorquinas que son la sal de la cotarro televisivo germano; Daniel Brühl con ese bigotillo que sólo consigue acentuarle esa cara que tendrá eternamente de estarle diciendo adiós al camarada Vladimir Illich (Lenin) y Steve Buscemi que no consigue (aunque lo intenta) darle oscuridad a un personaje que, por otra parte, quizá debería tenerla.
Aunque para qué: en John Rabe “to er mundo é güeno”. Y la verdad, a la hora de llorar, eso se agradece cantidad.
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