El simpar Domenico Modugno cantando con su sencillo estilo característico
El viajar es un placer (segunda parte): volare, volare

4 de Mayo.- Mi italiano tiene dos procedencias claras, aunque algo limitadas: la ópera y la época dorada de San Remo en los sesenta y los setenta. O sea, que puedo decir con cierta soltura que las mujeres (con perdón) son volubles como una pluma en el viento; o espetarle a cualquier camarero que me trata como una bámbola si es que me trae mal la cuenta.
De ahí, no me saques.
Ahora bien, como el italiano y el español son primos hermanos, la verdad es que no me cuesta nada improvisar con cierta alegría y, a veces, hasta con éxito.
Dado el alarmante tono rana que mi piel había adquirido tras el maldito café esloveno, mis compañeros decidieron parar a reponer fuerzas. Eligieron una prosciutería de aspecto pimpante, aunque de servicio algo lento. Mientras la arpía que servía las mesas se dignaba prestarnos atención (pasó media hora) yo decidí vengarme del café envenenado expulsándolo de mi cuerpo como se hace con los visitantes pelmas.
Di que voy al baño y me encuentro con un detalle que me retrotrae a mi infancia. Otro. En el norte de Italia todos los váteres son turcos: esto es: un agujero en el suelo y dos superficies para poner los pies. Para las aguas menores, resulta cómodo e incluso divierte hacer puntería. Para las mayores, uno tiene que adquirir la postura poco airosa (aunque sana, a decir de los médicos) que han popularizado los belenes catalanes a través de la entrañable figura del caganer.
Una vez expulsado el visitante plasta, regresé a la mesa. Allí estaba la arpía, que había decidido prestarnos atención. Nosotros teníamos los deberes hechos y ya habíamos traducido el menú, combinando mi italiano de Domenico Modugno, mi francés de colegio subvencionado y el latín macarrónico que me ha quedado en el recuerdo. Estábamos preparados para pedir. Dada mi afinidad con la lengua de Dante, fui nombrado tácitamente portavoz del grupo:

Paco: Signora, voldriamo...Per qui per el signore...Um...Euh...
La arpía suelta algo incomprensibile:

Paco: Scusi, ma no comprendo...volare, volare...cantare, cantare...Uó uó. Nel blu di pinto di blu…
La arpía: (impaciente) Per bebere!
Paco: (acojonado por lo terminante del tono): Ah, per bebere…Pues aqua minerale naturale e un vino.
La arpía: Quello! Merló?
Paco: Merló, Merló, sí, sí
(en Italia hay que decirlo todo dos veces para que te tomen por uno de los suyos).
Tras la comida, mis compañeros de viaje, extasiados por la calidad del vinorro peleón que nos han puesto, quieren comprar más. Que dónde podemos comprar vini domestici. Hala Paco, tú que tienes más gracia, pregúntale a la bruja. Nos ha jodío mayo.

Paco (con el carné de padre en las amígdalas): Scusi, signora...
Arpía: Prego.
Paco: Per comprare...Vino de la tierra, de cuí, vaya.

La bruja levanta una ceja:

Arpía: Tedescci? (¿Alemanes?)

Aquí un nativo que se arranca.

Espontáneo: Nein, nein. Tedeschi nein. Austriaqui.
Arpía: Un attimo.

Y se pira dejándonos con un palmo. Aparece entonces el único trabajador del restaurante que habla alemán: el cocinero. Cuarenta años, mirada de castigador que contrasta sobremanera con la de su santa (una típica mamma italiana en devenir). Pelo gris antracita peinado con esmero, barbita recortada como por un jardinero que tuviera las ciencias exactas como hobby, bronceado impecable para desfilar en la semana de la moda de Milán. Atuendo de trabajo impoluto (¿Pero este tío ha visto un fogón en su vida?); sonrisa indestructible y pronunciación alemana de dependiente de pizzería vienesa que se hubiera dado un golpe en la testa con el forno de legna.
Bien oiréis lo que nos dijo en el próximo y último capítulo de estas notas de viaje titulado “Gayumbos de Gigoló”.

2 comentarios:

amelche dijo...

En la parte francesa de los Alpes vi yo también este verano aseos como el que describes, que me recuerda al agujero que había en los aseos de mi colegio en mi tierna infancia (de los 3 a los 6 años). No era subvencionado, obviamente, sino unos locales alquilados por la asociación de vecinos del barrio para convertirlos en colegio y presionar a las autoridades demostrando que hacía falta un colegio en el barrio. Al final, las autoridades, tras un tiempo en que nos daban clase nuestras madres por turnos, nos enviaron maestros, fíjate. Y, tras varias manifestaciones y cortes de carretera, se dignaron incluso a construir un colegio de verdad, que no pude estrenar porque nos mudamos a Elche. :( Pero estrené aquí otro colegio por cosas del destino. :-)

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias por vuestros comentarios (y, sobre todo, perdón por haber tardado en contestar)
A Amelche: estas cosas las contamos a la gente más joven y no se las terminan de creer. Yo recuerdo lo de los váteres turcos como una cosa lejanísima. También te doy la razón: las condiciones de mi colegio serían imposibles hoy. De hecho, lo cerraron por esto.
A mi amigo el napoleónico: esto raya en el spam (de hecho, es spam). Si quieres promocionar tu blog, tírate el rollo y déjame por lo menos un comentario personalizado. En fin...