Un fotograma de la película El Gatopardo, de Luchino Visconti. En primer término, Burt Lancaster y Claudia Cardinale
15 de Junio.- El 16 de junio de 1994, después de hacer un examen de una asignatura en la que, básicamente, aprendí que hacer la declaración de la renta es un coñazo insufrible, me compré dos libros en el Carrefour más cercano a mi casa. Un día Volveré, de Juan Marsé y El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Los dos en ediciones de bolsillo, baratitas. Las únicas que mi presupuesto me permitía entonces (bueno, y ahora).
Aquel día debía de estar singularmente en forma porque los dos libros siguen estando entre mis preferidos. No me canso de releerlos y me han acompañado en todas las mudanzas de mi vida y en algún viaje que otro. A la hora de hacer una maleta son valores seguros.
Los dos tienen, aparte de un estilo transparente y limpio, que agrada sin cansar, una trama (particularmente El Gatopardo) en la que están disueltas algunas gotas de melancolía.
El Gatopardo cuenta la historia del Príncipe de Salina, noble siciliano, durante una jornada de las guerras que condujeron a la unificación de Italia; luego, durante una visita a la propiedad familiar de Donna Fugata, durante un baile y, por último, durante las horas previas a su muerte. A continuación hay una especie de epílogo, situado a principios del siglo XX, por el que nos enteramos del destino de algunos personajes que habíamos conocido antes y se cierra el círculo de la breve trama.
El Gatopardo es el libro de un hombre viejo y desencantado, que vivió para ver morir a su alrededor todo lo que más amaba pero que, a pesar de todo, consiguió seguir conservando una suerte de amor pesimista por el ser humano y por el mundo. Un cariño que nos transmite y que termina por redimir también al príncipe de Salina, su criatura más famosa (y la única, porque el bueno de Lampedusa sólo escribió El Gatopardo, que se publicó de manera póstuma).
La otra noche, rebuscando entre la pila de libros que siempre tengo sobre la mesilla (pereza del que no quiere levantarse hasta la estantería) encontré El Gatopardo y estuve releyendo la muerte del príncipe. Y recordé que, cuando leí el mismo trozo por primera vez durante los últimos años de mi adolescencia, me conmovió, sí, el fallecimiento del Príncipe –identificado para siempre con los rasgos del actor Burt Lancaster- pero no supe apreciar hasta qué punto la descripción de la muerte era realista y poética al mismo tiempo. Humana, en definitiva. Cuando el príncipe muere, el lector siente que se está adentrando de la manera más pacífica posible en el límite de una región a la que él llegará algún día pero que, como en esos sueños en los que uno siente que se despeña a toda velocidad hacia un abismo sin fondo, despertará antes de dar el golpe definitivo contra el suelo.
Luego, retrocedí en el libro –es el privilegio que tenemos con aquellos que, como a los buenos amigos, conocemos bien- y releí la escena del baile en el palacio de los Ponteleone. Y me di cuenta de que El Gatopardo me gusta porque el Príncipe de Salina mira el mundo como yo lo miro: como una realidad quebradiza, como la llamita frágil que da un mechero en una noche de tormenta. Un pequeño punto de luz que intentamos proteger haciendo un hueco con la mano, pero que sabemos que puede apagarse en cualquier momento.
Todo lo bello que nos conmueve, todo lo hermoso que nos rodea, la risa de los amigos que nos alegran, son placeres únicos y delicadísimos, colocados perpetuamente en el vértice afilado que separa el goce del momento de lo que está para siempre condenado a ser acariciado en el recuerdo.
Todo eso está en El Gatopardo, como en el fondo de un espejo en el que uno se mira al pasar, de vez en cuando, para reconocerse un poquito más mayor, un poquito más escéptico, un poquito más melancólico y, por qué no, también más dispuesto a apreciar por su escasez todas las cosas buenas que la vida nos da.
4 comentarios:
Hola Paco:
Me gusta como cuentas lo de los libros. A mi me pasa lo mismo, tengo siempre 3 o 4 en la mesilla que leo y releo, son mis libros de cabecera. Y como tu dices, hasta me los llevo a los viajes, por si me apetece, luego ni los abro, porque no tengo tiempo. Llego al hotel rendida y a dormir. jejejje.
Bueno, pues este verano leeré el gatopardo, porque mañana mismo me lo compro.
Un beso. y gracias
La peli es un clasico, maravillosa.
No te la pierdas !!!
abrazos
sonia
Esto se lo voy a mandar a una amiga que me dice siempre que cómo es posible que me acuerde exactamente de qué día hice un examen hace 15 años y cosas por el estilo. Para que vea que no soy bicho raro, que tú también te acuerdas de cuándo hiciste los exámenes, ¡ja, ja!
Hola Amelche mi hijo es una enciclopedia es todos los sentidos se acuerda de cosas que tu dices no puede ser. un beso
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