Vestíbulo de acceso a las vías de la antigua estación sur de Viena
20 de Octubre.- Querida Ainara: ayer escuché una historia que me gustó y que viene a ilustrar algo que yo siempre he creido. A mediados de los setenta, Stephan H. –es un nombre inventado- trabajaba en los ferrocarriles austriacos. Su labor se desarrollaba siempre a pie de campo. Se dedicaba a coordinar el enganche de los vagones que formaban los convoyes.
Era un hombre, por lo que puedo colegir por aquellos de sus descendientes que conozco, bastante alto incluso para la media austriaca; risueño, organizado e inteligente. Casado y con varios hijos. En el momento en que su historia nos interesa debía tener cerca de los cuarenta y cinco años. Mírale. Es una fría mañana de febrero. La niebla se levanta de la tierra, los objetos no tienen sombras. A lo lejos, una radio emite una canción pasada de moda veinte años antes.
Stephan H. está de espaldas, comprobando los topes del último de los vagones de una fila de tres que ya están enganchados. Con el ceño fruncido y aire concentrado, fuma un pitillo mientras lo hace. Por un momento, se distrae mirando un cuervo que ha echado a volar en la distancia. De pronto, siente a su espalda un golpe de aire que le hace mirar hacia atrás. Sorprendido, momentáneamente paralizado por el miedo, ve la mole de varias toneladas de un vagón suelto que se dirige a él a toda velocidad. Stephan H sólo tiene tiempo de tirarse entre las vías mientras el vagón pasa por encima de él. La mala suerte ha querido que una de las piezas colgantes del vagón esté suelta. Stephan recibe un golpe fortísimo en el pecho que, durante unos momentos, le corta la respiración. Luego, viene el silencio. Stephan no se atreve a abrir los ojos. Sabe que ha estado al borde de la muerte pero que, de alguna manera, ha sobrevivido. Sólo se atreve a mirar cuando escucha los pasos de algunos compañeros que se han dado cuenta de lo que ha sucedido y han acudido a ayudarle.
Se arrastra desde su posición debajo del vagón y se tienta el pecho para darse cuenta de que un bulto metálico en el bolsillo del mono le ha salvado la vida. Se trata de una pitillera. La saca del bolsillo. La caja metálica presenta una abolladura. El accidente, a pesar de que afortunadamente no tuvo consecuencias, cambió la vida de Stephan. El hombre guardó la pitillera durante muchos años y, aquella misma mañana, decidió dejar de fumar de manera irrevocable. No había duda de que aquel vagón había sido una señal.
San Pablo, en uno de los pasajes más famosos (y más hermosos) del evangelio dice que vemos como por un espejo. Yo lo interpreto en el sentido de que somos pequeños e imperfectos. En suma, limitados. Que alguien nos lleva, pero que no sabemos donde. Yo creo, como el personaje de mi historia, que es real, que hay leyes más grandes que nosotros. Pistas por las que transitamos pero cuyo final se nos escapa. Momentos en los que nuestra vida confluye con la de otras personas, para influir en acontecimientos sobre los que algo o alguien superior, mejor o peor pero cualquier caso sobrehumano, necesita que influyamos.
Los cristianos lo llaman Providencia y la adjetivan con divina (por venir de Dios, no porque siempre tenga unas consecuencias agradables); otras religiones lo llaman Karma pero, en general, resulta irresistible para los seres humanos buscar un sentido a sus actos y a los incidentes de su vida. Como hizo Stephan al interpretar que una pitillera abollada era un mensaje de Dios diciéndole que le quedaba cuerda para rato.
Besos de tu tío
5 comentarios:
Muy bonito, herpato. Me ha gustado mucho.
Besos.
No sé, yo el mensaje lo habría interpretado al contrario porque, si no hubiera fumado y, por tanto, llevara la pitillera en el bolsillo, ese hombre estaría muerto quizás. Así que, la cuestión no era que dejara de fumar, sino que siguiera fumando.
Hola Paco: Retomo mi vida bloguera y leo este relato y decirte que como siempre me ha gustado un montón.
Un abrazo
Ya ves, me ha llamado mucho la atención tu blog y aquí me quedaré, con la venia. Un saludo.
Hola!
Muchas gracias por vuestros comentarios y, sobre todo, perdón por haber estado un poco ausente estos días.
A mi hermano: me alegro mucho de que te haya gustado la entrada´:-) A ver si te llamo, que hace mucho que no hablamos.
A Amelche: la verdad es que tu interpretación es más lógica, pero yo creo que nueve de cada diez cardiólogos preferirían la de Stephan H. -que, por cierto, aún vive- jajajaja
A Chus: Me alegro mucho por doble motivo: que te haya gustado el texto y que hayas vuelto a la vida bloguera :-) Cuidate
A emejota: Bienvenida! Me alegro mucho de que mi blog te haya gustado. Estaré contentísimo de que vuelvas de vez en cuando.
Saludos a todos
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