21 de Octubre.- Durante los últimos días he estado muy ocupado. No pasa nada porque, desde que era pequeño, he hecho muchas cosas a la vez. Nunca me pesa si, por lo menos, tengo un rato para mí. Estos días esa media hora imprescindible de silencio ha sido por la mañana. Me he estado levantando algo más temprano para desayunar con calma y para ver retazos de la nueva serie (no tan nueva) a la que me he enganchado. Se llama MAD MEN.
Sé que mi primo N., cuando lea esto, se va a tirar por el suelo de risa, pero yo, viendo MAD MEN, no podía dejar de acordarme de Cuéntame. Hoy, veía una escena en la que uno de los protagonistas subía una escalera de su casa y es que, en esos sesenta segundos, había más autenticidad que en todas las temporadas de la serie que cuenta la vida de los inefables Alcántara. Porque señores, la ambientación de una peli de época es algo más que las lavadoras Fagor y las lacas Nelly.
Hecho este paréntesis, y ahorrándoles a mis lectores esa frase que se ha hecho un lugar común de que, ahora, el cine está en la televisión, me gustaría señalar que MAD MEN y otra series de su misma hornada son tan buenas porque permiten una lectura a diferentes niveles.
Por ejemplo, a mí me parece que MAD MEN es un excelente análisis de la crisis del concepto tradicional de la masculinidad y, viéndola, no dejaba de pensar en una persona con la que, hace muchos años, perdí el contacto. Un hombre que seguía apegado a unos estereotipos a propósito de lo que un hombre debía ser procedentes directamente de la época en que se sitúa MAD MEN.
Este hombre, por otra parte, no sentía ninguna necesidad de cambiar su forma de ser y de comportarse. Ni siquiera necesitaba cubrir su concepto de masculinidad (que hubiera matado del susto a la feminista más tibia) con un falso barniz de modernidad. Ser un hombre “como los de antes” (de los que no lloran, de los que siempre tienen la situación bajo control, de los que apartan las sillas de las señoras antes de que se sienten a una mesa) le granjeaba un enorme éxito entre cierto tipo de mujeres que abundan más de lo que podría pensarse.
Y sin embargo, descontada la envidia que a uno le producía estar frente a una persona que siempre sabía cómo actuar en todas las situaciones, uno siempre tenía cierta sensación de que, a esta persona de la que hablo, le faltaba algo.
Si la ambientación de una serie de época es más que la laca Nelly, el comportamiento de los seres humanos es, debe ser, es necesario que sea, algo más que los estereotipos.
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