Bruno Kreisky

Bruno Kreisky durante una visita a EEUU en 1983 (foto: Wikipedia)



22 de Enero.- Hoy, día 22 de Enero, hubiera cumplido cien años una de las personalidades austriacas más representativas del siglo XX. Un político considerado, no sólo como el representante máximo de una cierta idea de la socialdemocracia, sino como el exponente capital de una cierta política que han hecho de este país lo que es hoy. Por no hablar de que, durante su larga carrera, fue impulsor de numerosas soluciones novedosas e imaginativas, así como mentor de otros importantes políticos europeos, como el español Felipe González.
 
Bruno Kreisky, llamado a ser con el tiempo canciller de la República Austriaca, nació en Viena en 1911. Fue el hijo de un fabricante judío de prendas de vestir. A los quince años, se unió a la organización juvenil del Partido Socialista Austriaco y vivió toda la efervescencia de la llamada Viena Roja mientras estudiaba derecho. Cuando el partido socialista y sus actividades fueron prohibidas bajo el mandato del canciller Dollfuss (hecho que formó parte de un periodo de inestabilidad que se precipitó con la anexión a la Alemania nazi en 1938) Kreisky desarrolló su labor en política en la clandestinidad. Después de la Anschluss, se exilió a Suecia, país en donde permaneció hasta que terminó la guerra en 1945.

A su regreso, ascendió por el escalafón del departamento de exteriores austriaco y, desde él, participó de manera destacada en las negociaciones que culminaron en 1955 con el tratado fundacional del estado austriaco que consagraba la neutralidad (o no alineamiento, mejor dicho) del país. Resumiendo los hitos de su ejemplar carrera política, Kreisky fue Ministro de exteriores en el gabinete de Julius Raab puesto que utilizó para la impulsión de la Asociación Europea de Libre Comercio (uno de los gérmenes de la actual Unión Europea) así como para proponer un “Plan Marshall” para los países del tercer mundo.

En las elecciones de 1970, los socialistas ganaron por mayoría absoluta, y Kreisky fue elegido canciller. Revalidó en 1975 y 1979 y durante su mandato emprendió una serie de reformas que consolidaron el estado de bienestar y modernizaron la legislación austriaca hasta convertirla en una de las pioneras no sólo en Europa, sino en todo el mundo, en asuntos sociales.

La lista de sus logros es apabullante: despenalizó el aborto y la homosexualidad y, a pesar de eso, trató infatigablemente de acercar posturas con la iglesia católica (encontró un inesperado apoyo en Franz König, entonces cardenal primado), redujo la jornada laboral a 40 horas semanales, desarrolló una nueva legislación que intentaba mitigar la desigualdad entre hombres y mujeres y reconoció a las minorías lingüísticas presentes en Austria (eslovenos y croatas). No todo fueron éxitos, sin embargo. A raiz de la crisis del petróleo y al objeto de cubrir las necesidades energéticas del país, Kreisky intentó poner en marcha en Austria la energía nuclear. La oposición de la población (uno de cuyos representantes máximos era su propio hijo, fallecido recientemente en España) hizo que la única central nuclear austriaca siga sin estrenar.

Tuvo también una relación tensa con otro destacado judío austriaco, Simon Wiesenthal, incansable cazador de criminales nazis y con la primera ministra judía Golda Mehir. Con el primero, porque su actitud fue considerada por Wiesenthal como tibia hacia el nazismo; con la segunda porque el canciller, un alma dialogante, intentó mejorar las relaciones árabe-israelíes e incluso tuvo una relación fluida con personalidades del mundo musulmán.

Kreisky dejó su mandato en 1983, después de perder la mayoría absoluta y enfermó en 1984. Falleció en 1990 a los 79 años.

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