Una película distinta (2)

10 de Abril.- Como la felicidad de mis lectores es también la felicidad mía, escribo hoy a petición de mi hermano un poco más a propósito de los Evangelios y del libro de Paul Verhoeven que ya me he terminado.


Incluso los teólogos católicos más inmovilistas aceptan hoy, a la luz de lo que han progresado las ciencias que estudian el pasado durante los últimos dos siglos, que los textos que conocemos como Evangelios están compuestos por tres tipos de ingredientes: las palabras que Cristo, indudablemente, pronunció (vox ipissima Christi), lo que pudo haber dicho pero de cuya autenticidad se sospecha y, por último, lo que, definitivamente, no dijo (porque, por ejemplo, en estas frases, Jesucristo utiliza un estilo y un vocabulario que no casa con el resto de los evangelios).

Los textos evangélicos, a su vez, se dividen en dos grupos: por un lado, los llamados „sinópticos“ (Mateo, Marcos y Lucas). Del otro lado, San Juan. 

Los tres primeros textos se llaman sinópticos porque, dispuestos en horizontal, discurren practicamente paralelos en la narración de los acontecimientos. Desde mediados del siglo XIX es comunmente aceptado que estos tres textos, que empezaron a ser elaborados en torno al cincuenta después de Cristo, derivan de otro primigenio que los evangelistas „fusilaron“. Este documento primigénio se conoce como Q (del alemán Quelle, fuente) y, gracias a los plagios de los evangelistas, se ha podido saber con bastante aproximación que debió de ser una recolección, no necesariamente narrativa, de máximas y episodios sucedidos en vida de Jesus de Nazareth. 

San Juan, podríamos decir que recorre la mayoría de las „metas volantes“ del tour evangélico, pero su relato presenta algunas diferencias muy significativas en algunos hechos.

A lo largo de su libro, Verhoeven suele preferir la interpretación de San Juan porque le parece más „verosímil“ desde el punto de vista narrativo; a pesar de que es el evangelio con más carga teológica de los cuatro que la Iglesia consideró canónicos en su momento.

Todos, en la catequesis, cuando hicimos la comunión, aprendimos dos cosas que la Iglesia, con obvios fines propagandísticos, ha sostenido desde el principio y que basta leer un poco para darse cuenta de que no son verdad: a) que los evangelistas fueron testigos oculares de los hechos y b) que estos caballeros se sentaron a escribir, se crujieron los nudillos (cras,cras) y que el Espíritu Santo les dictó los textos que escribieron de corrido.

Sin desestimar la contribución de la tercera persona de la Trinidad (que, en lo de encontrar un hotel para San José y la Virgen no se lució demasiado, las cosas como son) la realidad parece ser bastante más compleja.

Verhoeven, y con él un amplio sector de la teología, sostiene que los evangelistas „maquillaron“ algunos episodios de la vida de Jesús al objeto de hacerlos más digeribles para quienes escucharan sus narraciones. Y que, directamente, se inventaron como Dios les dio a entender (en este caso, quizá, de manera literal) aquellos episodios de la vida de Jesucristo sobre los que tenían poca información fiable. El ferreo monopolio de la Iglesia a la hora de fijar la interpretación de los textos bíblicos, hizo el resto (no hay que olvidar que, por ejemplo, una de las diferencias que existen entre nosotros los católicos y los protestantes es que, teóricamente, ellos pueden interpretar la Biblia como mejor les parezca, mientras que nosotros nos tenemos que atener a un sistema de notas centralizado en ese trocito del planeta que todos conocemos como El Vaticano).

Según Verhoeven, uno de los momentos en los que la goma de borrar de los evangelistas funcionó con mayor diligencia fue precisamente en la narración de la detención y proceso de Jesucristo. Para resumirlo, Verhoeven afirma que la narración de la pasión y muerte de Jesús es una trola de principio a fin. Una reconstrucción embellecida de la que, si se separa el polvo de la paja, quedan muy pocos hechos que puedan considerarse como „históricos“.

Desde 1973, por ejemplo, se sabe que, para contar la detención de Cristo en el huerto de Getsemaní, los evangelistas „fusilaron“ un complot contra el Rey David que se narra en el libro de Samuel. Fue el „fusilamiento“ (paráfrasis, podríamos llamar) tan extremo que algunos versículos del texto veterotestamentario aterrizaron casi literalmente en el relato de la pasión. Asimismo, casi todo lo que Jesús dice a partir de ese momento de la historia es también copiado: se trata de versículos de los salmos.

La pregunta de Verhoeven, en estos casos, es siempre la misma: por qué. Qué querían ocultar o „disimular“ los evangelistas cuando decidiero sustituir lo „auténtico“ por la „versión oficial“ que ha perdurado hasta hoy. 

Una de las hipótesis del director holandés es que, en el momento en que Jesucristo es detenido, los doce apóstoles no se encontraban con él. Y da un argumento que me parece fundamental: imaginemos una situación moderna parecida: unos soldados estadounidenses encuentran reunida en un lugar a una célula de Al Quaeda. Si, como da a entender la Biblia, los sitiadores eran superiores en número y armamento a los sitiados: cómo es que detienen la jefe y dejan escapar a un número indeterminado de seguidores y discípulos. O bien nos encontramos frente a uno de los piquetes más ineptos de la historia o es que el asunto fue pasto de un maquillaje posterior.

La cuestión de los apóstoles también ha dado que pensar a los teólogos. Se sabe, por ejemplo, que la frase de Cristo que el papado interpretó (con fines interesadísimos, claro) como la prueba de la primacia de Roma (aquello de que „tú eres Pedro y sobre tí edificaré mi iglesia“) es una falsificación posterior. Tiene que serlo, porque, de hecho, está poco claro que Jesús quisiese fundar una „Iglesia“, mucho menos en el sentido en que la conocemos actualmente. 

Por otra parte, si los Doce eran tan importantes en vida de Jesús, cómo es que desaparecen de la historia a partir de que Jesús es crucificado y solo sabemos algo de Pedro y de Felipe.

En fin: muchos enigmas que espero que a mi hermano le darán para tener sabrosas conversaciones a la hora de la comida.

foto: Reliquia en Hall in Tirol (foto: Archivo Viena Directo)

2 comentarios:

emejota dijo...

Interesante, si señor. Es cuestión de ponerse a ello. Un fuerte abrazo.

El herpato dijo...

Mil gracias, herpato!!! Puf, no sabes las conversaciones que tengo con mis compañeros de comida. Normalmente la gente habla de futbol o de cómo está Ehpañia pero tengo un grupo de comida tan heterogéneo, sobre todo en asuntos de religión, que estos temas son de agradecer. No sabes la que tenemos con Escrivá de Balaguer.

Besos.