Rojazos y capillitas

Archivo VD

31 de Agosto.- Querida Ainara: hace un par de semanas, le escribí a mi primo N. preguntándole cómo le había ido la mudanza y cómo había encontrado España.

Me contestó que había encontrado la camisa blanca de nuestra esperanza escindida como nunca (o como hacía mucho que no se encontraba) y, un poco para quitarle hierro al asunto –espero que no le moleste la cita- me escribió que “si un rojazo como yo y un capillitas como tú nos hemos entendido, esta gente terminará por entenderse”.
Ojalá tenga razón.
Naturalmente, Ainara, ni mi primo es tan rojazo ni yo soy tan beato como cuando los dos jugamos a pincharnos. La broma es antigua entre nosotros y ha pasado a ser uno de los códigos de nuestra amistad. El problema, Ainara, es que la gente en general no es tan maja como nosotros y, conforme pasan las semanas, me estoy dando cuenta de que, aún de manera muy soterrada, media España está llamando capillitas a la otra, y la otra media está contestando con un “rojazos” susurrado venenosamente.
De momento, son sólo los componentes más extremos de ambas facciones los que están empezando a justificar el uso de cierto tipo de violencia (de intensidad variable) pero creo que es cuestión de tiempo que la infección se extienda y las cañas se vuelvan lanzas. Me apoyo para afirmarlo sobre ciertos indicios que no enumeraré aquí de forma pública, pero que no pueden pasar inadvertidos para cualquiera que lea y esté familiarizado con los procesos de formación de la opinión pública.
Las causas son variadas e inseparables de la evolución de la política española de los últimos ocho años. Por conocidas no me extenderé en ellas.
Naturalmente, las turbulencias en las alturas de la nación son inseparables, asimismo, de la deriva (y cuando digo deriva quiero decir evolución, pero también viaje sin rumbo) de la economía nacional.
Con la contracción brutal de la demanda interna que ha supuesto el final de la burbuja inmobiliaria, no sólo ha quebrado la industria de la construcción. Otro de los sectores más potentes del país, el de los medios de comunicación, se ha visto obligado a acudir a mensajes y líneas editoriales cada vez más radicales para captar nichos de mercado progresivamente  más minoritarios a los que, hasta entonces, las ofertas generalistas no habían prestado atención.
Las cadenas de televisión que, durante el aznarismo, y merced al boom publicitario, eran máquinas de hacer dinero en cantidades pornográficas (Telecinco por ejemplo, fue, durante muchos años, la empresa más rentable de Europa) se han visto obligadas a buscar alternativas para si no ser rentables, por lo menos salvar los muebles.
Han surgido así ofertas televisivas de ultraderecha (no hace falta que digamos cuales) y de ultraizquierda (no hace falta tampoco que las mencionemos) que alimentan día tras día la crispación y retroalimentan esa certeza que se ha asentado en la sociedad de que la violencia (verbal solamente, de momento) es algo normal.
Para las ultraizquierdistas, la historia se paró hace cinco décadas y parece como si Franco -¡Que murió hace treinta y cinco años!-siguiera en El Pardo dirigiendo el país con su vocecita terminal y su mano temblorosa por el parkinson; para las ultraderechistas, España se encuentra envuelta en el proceso irreversible de convertirse en una república popular de corte maoista (si es que muchos de sus tertulianos tienen alguna idea de lo que es el maoísmo).
Ambas opciones exhiben unos momios ideológicos que remiten, de forma indudable, a los albores de la guerra civil.
Esperemos que esta vez, casi un siglo más tarde, el milagro se produzca y consigamos frenar a tiempo.
Besos de tu tío.

2 comentarios:

Chus dijo...

Pero bueno Paco, como le sueltas este rollo a una niña de 4 años!!!!!. Te va a odiar, cuando sea mayor. Ja..ja...ja..

Para los que ya no somos niños, tus entradas son muy chulas, hables de lo que hables.

La próxima de Disney, para compensar.

Besos

Paco Bernal dijo...

Jajajaja!

Hola Chus!

Como ves, la siguiente quedó un poco más ligerita :-)

Besos