9 de Mayo.- Resulta curioso comprobar como la imagen de una persona puede hacerle tanto daño a los productos de su intelecto. Me refiero, naturalmente, al caso de Gloria Fuertes que, antes de ser esa poetisa con la que a todos nos dieron la chapa en nuestra tierna infancia, fue una muy respetable poeta para adultos. Sin embargo, la pobre Fuertes no se imaginaba que, siendo la educadora de los niños de la transición a través de TVE, conseguiría que todos asociaramos la poesía con su voz de cascajo y su sonsonete apto para dormir rorros (claro, que tampoco se imaginaba que su nombre serviría alguna vez para apadrinar cierto siniestro grupo de skinheads, pero es que las potencias de la imaginación son limitadas).
Yo descubrí a Gloria Fuertes como poeta para adultos allá por la segunda mitad de los noventa, cuando cayó en mis manos por casualidad un libro que se llama “Historias de Gloria”. Para los que estén interesados, decir que los libros de GF son muy económicos porque están publicados todos en ediciones deliciosamente anotadas de la editorial Cátedra (sí: la misma de esos libros maravillosos que te dejaban medio trabajo hecho allá en los tiempos del cole). Los poemas de Gloria Fuertes son a veces grandes lecciones de vida aunque realmente simplificadas por su trabajada ingenuidad. Recuerdo uno que se llamaba REGRESÉ DE LA MISIÓN y que es un poemilla que, cito de memoria, dice más o menos así: “Regresé de la misión/no vuelvo a intentar/ mejorar a nadie/ en contra de su voluntad”. Son como Haikus. Hay uno que a mi hermano y a mí nos hace mearnos de risa, que empieza “Garra de guerra, pena de pene...” y así. Y es que Gloria, cuando le daba a la ginebra, no tenía límites y se le iba bastante la pinza. Recuerdo aún el día en que murió Gloria Fuertes. Me enteré en una fría mañana de invierno, en un autobús (siempre iba a la universidad con la radio puesta) y lloré un poco, porque me pareció que se había ido un trozo de bondad del mundo. Un trozo de esa bondad de la que andamos tan necesitados. Me alegro de que la poesía de GF se vuelva a leer, porque eso significa que, pasados los años, la humanidad de esos poemas resplandece. Creo que ese es el futuro de ese arma llamada literatura: si, dentro de cien, de doscientos años, hay alguien que, en un mundo distinto de este, abre un libro y se siente identificado con las cosas que se dicen, entonces el esfuerzo de escribir habrá merecido la pena. Habrá trascendido ese acto de placer solitario, un tanto vergonzante, que supone ponerse delante de un teclado a juntar letras. Creo que el hecho de que la GF histórica, esa mujer gordita que en su juventud fue razonablemente bella (en las ediciones de cátedra hay fotos de los años treinta que hablan de una belleza frutal), se vaya olvidando, hará que sus poemas vayan saliendo a flote, incontaminados, independientes. O, ¿Es que alguien se acuerda ya de que Quevedo, por ejemplo, era cojo y tenía muy mala hostia?
Yo descubrí a Gloria Fuertes como poeta para adultos allá por la segunda mitad de los noventa, cuando cayó en mis manos por casualidad un libro que se llama “Historias de Gloria”. Para los que estén interesados, decir que los libros de GF son muy económicos porque están publicados todos en ediciones deliciosamente anotadas de la editorial Cátedra (sí: la misma de esos libros maravillosos que te dejaban medio trabajo hecho allá en los tiempos del cole). Los poemas de Gloria Fuertes son a veces grandes lecciones de vida aunque realmente simplificadas por su trabajada ingenuidad. Recuerdo uno que se llamaba REGRESÉ DE LA MISIÓN y que es un poemilla que, cito de memoria, dice más o menos así: “Regresé de la misión/no vuelvo a intentar/ mejorar a nadie/ en contra de su voluntad”. Son como Haikus. Hay uno que a mi hermano y a mí nos hace mearnos de risa, que empieza “Garra de guerra, pena de pene...” y así. Y es que Gloria, cuando le daba a la ginebra, no tenía límites y se le iba bastante la pinza. Recuerdo aún el día en que murió Gloria Fuertes. Me enteré en una fría mañana de invierno, en un autobús (siempre iba a la universidad con la radio puesta) y lloré un poco, porque me pareció que se había ido un trozo de bondad del mundo. Un trozo de esa bondad de la que andamos tan necesitados. Me alegro de que la poesía de GF se vuelva a leer, porque eso significa que, pasados los años, la humanidad de esos poemas resplandece. Creo que ese es el futuro de ese arma llamada literatura: si, dentro de cien, de doscientos años, hay alguien que, en un mundo distinto de este, abre un libro y se siente identificado con las cosas que se dicen, entonces el esfuerzo de escribir habrá merecido la pena. Habrá trascendido ese acto de placer solitario, un tanto vergonzante, que supone ponerse delante de un teclado a juntar letras. Creo que el hecho de que la GF histórica, esa mujer gordita que en su juventud fue razonablemente bella (en las ediciones de cátedra hay fotos de los años treinta que hablan de una belleza frutal), se vaya olvidando, hará que sus poemas vayan saliendo a flote, incontaminados, independientes. O, ¿Es que alguien se acuerda ya de que Quevedo, por ejemplo, era cojo y tenía muy mala hostia?
3 comentarios:
Pues sí: la verdad es que es una pena que el arte de leer lo que otros han decidido dejar plasmado en palabras para que terceros puedan disfrutar de ello en la posteridad se esté perdiendo. Por suerte siempre quedarán personas que disfruten y gocen del placer sublime que produce sumergirse en historias ajenas que fluyen entre ríos de tinta. No sé si será tan fiero el león como lo pintan, pero según vienen diciendo los estudios desde hace ya mucho tiempo, el reino literario se queda sin súbditos.
PS: Coincido contigo respecto a lo de GF. Todo un personaje cargado de la humanidad de la que hoy en día andamos tan escasos.
Pues habrá que buscar el libro del que hablas, que tiene muy buena pinta y seguro que valdrá la pena. Yo ya me quedé en sus poesías infantiles y en "Las tres reinas magas" y de ahí no pasé. Hora es pues de que que conozca su destreza en la escritura para público de más edad que seguro será una delicia.
Gracias por el consejo.
Un beso.
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