Admirad el enorme poder del Señor


6 de Abril.- Esta madrugada ha muerto en Beverly Hills Charlton Heston, a la edad de 84 años, seis años después de reconocer que padecía Alzheimer.


Tras leer la noticia, me he acordado de esta secuencia de "Los Diez Mandamientos" en la que Heston, con una mata de algodón en rama pegada al mentón, separaba el Mar Rojo con gesto imperioso diciendo esto del poder del Señor. Y, por una asociación de ideas no tan extraña, me he acordado de Don H., el párroco de la iglesia de mi pueblo.


Cuando yo le conocí, Don H. era el prototipo de cura facha, temible porque, aún a mediados de los ochenta, seguía dando la catequesis abusando de la palmeta. Un cura que una vez, echó a mi madre de la iglesia porque había entrado a rezar con mi hermano y conmigo y, mi hermano, iba comiéndose (lo recordaré toda la vida) tres gominolas de colores pegadas a un palito, imitando un semáforo.


Don H. no dijo lo del poder del Señor, pero le faltó poco: cuando mi madre le pidió explicaciones por su conducta, dijo cual júpiter tonante:


-!No se come en la casa de Dios!


Creo que este fue el único contacto que tuve con él en muchísimos años. Para hacer la primera comunión mis padres eligieron otra parroquia cercana, mucho más progresista, en la que se enseñaba la religión de otra manera.


Muchos años después, mi abuela fue a una residencia de ancianos en la que coincidió con Don H. y su hermana. La hermana del cura había perdido completamente la cabeza, y se pasaba los días con la mirada vacía perdida en algún punto. Don H. no se apartaba de su lado. Fueras a la hora que fueras, allí estaba aquel hombre (que debía de tener entonces la misma edad de Charlton Heston) sentado en un taburetillo bajo, en una posición incomodísima para un anciano, con las manos de su hermana entre sus manos. No hablaba. Sólo cuando la mujer se movía, la tranquilizaba diciéndole cosas que no se podían escuchar.


Hace unos meses me enteré de que Don H. había muerto también y, de alguna forma, a pesar de que no tuvieramos nada en común, no se me va de la cabeza la última imagen que tengo de él: la de un poderoso derrotado por la fuerza imparable de la vida, sosteniendo con ternura las manos de su hermana.


Muchas veces me pregunto qué pensaba don H. durante aquellos interminables días rodeado de ancianos.


Nunca tuve el valor de preguntárselo cuando tuve la oportunidad. Y ahora me arrepiento, francamente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

:-) Me acuerdo de aquellas gominolas pegadas a un palo.

¿Cómo que no se come en casa del Señor? Si el mismo nos dio de comer y beber su cuerpo y su sangre! Y a los niños, gominolas.

Un abrazo, Paco! Buena semana.

RBD dijo...

Hola Paco,

Me encantó la analogía que hiciste. Me permitió imaginarme vívidamente el conmovedor espectáculo de la decrepitud, como un proceso de evolución doloroso, agravado por los recuerdos de los períodos de mayor poder o magnanimidad. Te envío un abrazo fuerte,

Rafael Barceló Durazo

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias por vuestros comentarios.
a miriam: lo que Don H. quería decir, supongo, es que en la iglesia sólo se pueden comer cosas homologadas por la Iglesia. Y creo que lo del amor a la infancia no era su fuerte tampoco jajajaja.
Un abracete.
a Rafa: te puede parecer extraño, pero a mí Don H. me terminó cayendo simpático. Aunque quizá no sea la palabra. Era una persona con un carácter fuerte a quien quizá nadie quiso lo suficiente. Sólo se puede devolver lo que a uno le han dado antes. Esa es la explicación que yo le doy a su carácter esquinado.
Y la lección, es verdad, es que somos muy frágiles, Rafa. Cualquier posición de poder es muy quebradiza. Por eso no merece la pena usarla mal.
Un abrazo fuerte también para ti,
P.