Colonia 1

25 de Febrero.- (Notas de viaje: escritas el día 19) Colonia es y será para mí la biblioteca he encontrado por casualidad. Después de la masa húmeda que atiborra las calles, hemos entrado en la casa en la que viviremos estos días. Un piso cómodo y pulcro cuyo mayor atractivo consiste en doce metros mal contados de estanterías desde el suelo hasta el techo llenas de libros. Mientras los demás deshacen el ligero equipaje yo, con una felicidad que me compensa de los apretujones sufridos en el camino, paso el dedo or el lomo de los libros. Intento descubrir el orden por el que su afortunado poseedor los ha dispuesto. No es el idioma, porque al lado de versiones de James en inglés, reposan clásicos franceses de la barata colección Folio, junto a compendios de Oxford o novelas alemanas del siglo pasado en tapa dura. Los libros españoles, eso sí, son una pequeña isla en este inmenso mar de letra impresa. Clásicos. La lozana andaluza, algunos episodios nacionales ¡La Regenta! Mis acompañantes se asombran de que tantos libros juntos puedan hacerme tan feliz. Sé que es de mala educación abandonarme delante de los otros a esta voluptuosidad pero es que, simplemente, no está en mis manos evitarlo. Pronto surge la pregunta: ¿Cómo será esta persona que colecciona volúmenes de mis autores favoritos? Echo de menos a Navokov (poder refrescar mis conocimientos sobre sus obras de crítica literaria me hubiera hecho tan feliz) pero encuentro a Evelyn Waugh y a Conrad.
Mis amigos se ríen de mí:
-Qué poco se necesita para hacer feliz a Paco.
Yo sonrío más: no saben que, por un momento, incluso albergo la idea insensata de no salir de casa en los próximos cuatro días y darme un banquetazo de letra impresa. Pero, ¿Por dónde empezar?

Colonia, de noche, se parece bastante a Alcorcón. O a mi pueblo –y al de Penélope Cruz- en las noches de fiesta patronal. Botellas vacías, papeles, gente meando en los portales...Si no fuera por el frío, como en casa, vaya. Lo de la falta de personalidad es culpa de los aliados, que bombardearon la ciudad hasta dejarla hecha un solar –sólo se salvó,gracias a Dios, la catedral-: Avanzamos por lo que parece el rastro de la marcha de los muchachos de Atila. Enontramos un local del que sale música. Entreamos. Los alegres ciudadanos disfrazados trasiegan cañas de un tamaño razonable. El largo pasillo termina en una habitación más grande que hace las veces de pista de baile. Pronto descubrimos que la mitad de la concurrencia está formada por un grupo de maternales lesbianas (aunque las más jóvenes, con pinta de presas de un reformatorio, resultan más bien amenazadoras). La otra mitad de los parroquianos son un grupo de rumbosos españoles –se les nota en que pueden bailar la música moviendo las caderas y ya lo dijo Shakira: hips don´t lie-. Me acerco a ellos: una chica vestida de flamenca habla con su novio. Les abordo. Son de Valencia. Vacaciones. Visitando a un amigo, vestido de Popeye, que inmediatamente se acerca para preguntarme si vivo en Colonia (intención evidente de establecer conmigo un acuerdo amistoso). Cuando se entera de que vivo en Viena se deslusiona bastante. Hablamos de La Pepica y de otros templos gastronómicos de la ciudad del Turia. La chica se lamenta de que ha perdido la peineta. Pronto hay diez personas buscandola por el suelo. Un tío gordo se me acerca y me pregunta a gritos –por encima de la voz de DJ Ötzi- si soy de Albacete. No. Soy de Madrid. El gordo, con una perplejidad que sólo entiende él:
-Y entonces, ¿Qué coño haces aquí?
Decido irme a echarme unos bailes con las lesbis. Me parece lo más seguro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Yo también me hubiese planteado el no salir de casa en cuatro días!