Fotograma de la película "Mentiras y gordas"; imagen tomada de la web www.notasdecine.es
27 de Septiembre.- El sábado por la mañana me acerqué a cortarme el pelo.
Cuando mi peluquera de toda la vida, una señora mayor, se jubiló para poder dedicarse a tiempo completo a pintar unas acuarelas espantosas, me busqué otro establecimiento en la misma calle. Se trata de una peluquería algo impersonal pero no tan barata como la del peluquero turco de la esquina. La barbería turca, por cierto, guarda un parecido con aquella peluquería de mi infancia, a la que sólo iban caballeros de palillo entre los dientes a leer el Seis Toros Seis.
Esta peluquería a la que voy es un espacio grande y algo desangelado poblado de chicas monas con un punto choni. A pesar del uniforme (negro impecable) se les nota el chonismo en que van equipadas con los consabidos pendietes de aro tamaño gigante y llevan el pelo teñido de un negro que la naturaleza nunca pudo imaginar.
El otro día, nada más entré a cortarme el pelo, al ver a la peluquera que me iba a atender, tuve un pensamiento súbito y algo desasosegante (“Paco –me dije- tienes edad de ser un tío joven o un primo mayor de esta chica; pero prepárate porque, en pocos años, vas a tener edad de ser su padre”).
Luego, me acordé de esto.
Yo digo siempre que irse a vivir en un país extranjero viene a ser como volver a tener diez años.
Cuando mi hermano y yo teníamos aproximadamente esa edad, mi madre nos empezó a mandar a hacer recados (“mandados” se llamaban, pero me quedaba el párrafo un poco repetitivo). En fin: una de las cosas que más decíamos cuando nos mandaba a por algo, por ejemplo, un litro de vino blanco de guisar a la bodeja de El Jaro, debajo de mi casa, era “¿Y qué digo?” y entonces mi madre nos decía “Pues entras, y dices deme una botella de vino blanco de guisar para mi madre”. Y a, veces añadía el leit motiv que nos persiguió a mi hermano y a mí durante nuestra infancia, a saber: “No sé de qué os sirve ser tan listos, si luego no sabéis hacer ná”. Desahogos de madre, en fin.
Uno cogía el dinero, mientras repetía mentalmente las palabras mágicas, bajaba los tres tramos de escaleras separados por dos descansillos, llegaba al largo pasillo, salía a la calle, torcía a la izquierda, entraba a la bodega –una cochera equipada con un mostrador de ladrillo visto-, miraba de reojo la maquinita de marcianos que costaba la astronómica cifra de 25 pesetas y luego iba al final del mostrador. El Jaro (lejanamente pelirrojo, de ahí el mote), o su hijo Felipín –ya muertos ambos- llenaban de vino barato a granel la botella de gaseosa La Casera que mi madre me había dado, uno pagaba, cogía las vueltas casi sin contarlas y luego se iba a su casa muchísimo más aliviado.
La vida diaria está llena de estas fórmulas que se aprenden en la infancia. Son un bagaje imprescindible para adquirir cierta seguridad en el trato social. Cuando llegas a un idioma que no es el tuyo tienes que aprender de nuevo “qué se dice” en cada ocasión. Me acordé de esto porque siempre se me olvida preguntar qué tengo que decir al entrar en una peluquería y, cada vez, salgo del paso como voy pudiendo.
6 comentarios:
¡Hola, Paco!
Tienes toda la razón del mundo: empezar en un país extranjero, con un idioma que no es el tuyo y con unas costumbres que desconoces (¡que esto también influye lo suyo!) es como volver a tener diez años; pero... ¡sin madre que te diga las palabras mágicas para comprar el vino!
¡Saludos!
Jajaja, qué recuerdos me has traído a la mente. Esa bodega, esa peluquería (a la que sigo acudiendo).
Aun me siguen preguntando si me cortan la orejita, jaja.
Recuerdas que no hace mucho tiempo estuvimos en la peluqueria ambos junticos. Que bueno!!!
Paco, no tienes edad para esas melancolías.
Me han contado de una chica adolescente que manda a su madre a la mercería a comprar horquillas porque a ella "le da vergüenza" gastar tan poco dinero. Abrazos, L.
Es verdad, en un país extranjero tienes que ensayar las frases que vas a decir antes de entrar en una tienda, de comprar un billete de autobús o lo que sea.
Sin duda yo tengo también algún que otro problema cuando salgo a hacer recados, pero especialmente cuando entro en una peluquería (no volveré a entrar en una peluquería turca, lo juro).
Me preguntan siempre en alemán, ¿cómo lo quiere? y yo siempre respondo..."normal, tal cual está, pero más corto". Cosa lógica, para eso vas al peluquero, para que te lo corten un poco más cortito de como estaba antes, pero es tal mi nivel de nerviosismo a la hora de pensar en qué decir en alemán, que siempre que voy a una peluquería siempre uso la misma frase prefabricada.
Espero mejorar mis dotes comunicativas de aquí a un tiempo.
A mi me pasa lo mismo en la peluquería del pueblo.. que mal rato al principio.. "sólo un poco más corto"
Ahora, cuando reservo cita ni me piden el nombre, para ahorrarse que se lo deletree..
Pero cuando viene una peluquera nueva de fin de semana, se jodió.. otra vez a poner cara de tonto..
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